domingo, 25 de septiembre de 2016

Colapso: el delirio de Emilho Cabanhas


Madre mía, dime a dónde has ido, cómo es el lecho que te guarda o cuan amargo el aire que respiras por mi culpa. Dime si verdaderamente es lejano el regazo de tus brazos o frío el vientre que me espera. Dime madre mía, confiésame hoy que no soy tu hijo; niégame, te lo pido, para que los errores de mi vida no causen penas en tu pecho, niégame para quitarme esta aflicción de no tenerte en mis últimos suspiros. Mira cómo me has amado y yo sin ser digno de tu cariño. Mira cómo te he dejado, tan sin vida ni fortuna. Soy culpable de tu agonía, de tu dolor y sufrimiento. Soy la penuria de tus ojos y el vahído de tus piernas. Ven, hoy quiero que escribas en el cielo mi destino, que acicales mi memoria y me renazcas digno de tu seno, que me consueles el miedo, me señales el camino y me duermas como cuando era un niño. Ven madre mía…
            A veces siento que los odio. Te odio Manrique, a ti y a tus coplas que desolaron mis pensamientos, a tu río y mar que ahogaron mi camino. Te odio Zolá, por ligarme al medio y descifrar mi destino, porque soy imagen y semejanza del lugar donde nací, al estudio y los amigos que tuve, porque soy lo que han hecho de mí tus teorías y el reflejo de mi padre. Te odio Márquez porque lloré cuatro veces mi muerte en Macondo. Te odio Tehodor Busbeck, porque en tus líneas ya había visto lo trágico de mi historia, porque tenías razón. Te odio Gigante por matar en vida a José padre y José hijo y por abusar de la mujer que amaban. Te odio Frankeinstein, porque en esta vida sólo queremos ser felices a pesar de nuestra dolida monstruosidad. Cuánto los odio y los admiro…
            Confieso. Cuando era un niño imaginaba ponerme en los ojos de quienes me miraban para conocer cómo era visto, cómo era el mundo desde otro plano de la percepción, nunca tuve éxito. Confieso haber tenido un primer amor y un primer beso en el enseño básico, desde entonces conocí la excitación después de que esos labios me dejaran un ligero cosquilleo sobre el paladar. Confieso haberle robado su límpida inocencia con mis manos honestas debajo del escritorio. Confieso haber mentido por pena cuando verdaderamente amaba a la chinita del Apostolado. Confieso haber llorado siempre que me sentía sólo y desprotegido. Haberme emberrinchado por cualquier juguete. Haberles robado las oportunidades a mis consanguíneos. Haber fingido nuevamente el no sentirme mal cuando descubriera que Denisse no me amaba. Haber deseado la muerte de otros. Robar la confianza de los padres de mi primera novia formal y desmoronarle a ella sus sueños del primer amor. Confieso haber amado demasiado a Fabiola y seguir amándola muchos años después de que desapareciera de mi vida. Confieso haber gastado hasta los recursos más perversos para que estuviera conmigo y haberla buscado en tres ocasiones posteriores a su ida. Confieso no haber amado tanto como dije a Nandinha y haberla hecho sufrir como el peor de los hombres del mundo que fui. Confieso haber dudado de mi sexualidad cuando corrió el rumor de que la chica que me gustaba era hombre; bien merecida la bofetada que me diera cuando en la cama le gritara ¡porra, e eu que não acreditava neste cu! Confieso haber matado a decenas de ratas y deleitarme con sus chillidos, de ahí que ame los sonidos estridentes. Confieso, confieso, confieso… no sentir arrepentimiento.
            Oigo el trote de tu caballo Miguel, allá en la Media Luna nos lloran tus muertos. Ahora sé, como tú, qué es fallecer sin ser querido. Colapso; como hace algunos años lo hiciera mi madre frente a mí, la diferencia tal vez radique en que no soy consciente de quién me llore o quién se alegre. No veo ninguna luz ni nada que se le parezca; acaso un pequeño punto negro que siento distante pero nada de lo que dicen por ahí. No hay nada después de la vida, la muerte simplemente es una oquedad y un silencio que fulmina, es una eternidad muda de instantes con miedo. Niña, cuando yo muera no llores sobre mi tumba, no escucho tu voz, por qué no me cantas para que no me muera, por qué no me lloras para que luego muera. Cómo hemos llegado hasta aquí, cómo es posible haber crecido tanto y no sentir pánico por sabernos efímeros. Te necesito madre mía, quién ha de llorarme la muerte sino quien me lloró la vida. Te necesito amor, quiero volver a tus brazos aunque sea de mentira.
            A dónde queda el sentido de la vida si todos morimos, a qué la vida si nada estará para siempre en nuestras manos ni en nuestras mentes. Por qué no simplemente me muero, por qué tengo que pensar la vida. ¡Ay esta agonía! Pareciera que llevo mil años procurando la muerte.

            Algo me toca; es una sombra quien me toma del brazo, me levanta de mi lecho de muerte y me hace caminar. Allá adelante puedo ver más sombras que deambulan pero a todas las conozco; es como un sueño donde sabes quiénes son las personas a pesar de haber mudado a la referencia que hacías de ellas. Estoy en mi casa, pero la de cuando era un niño; de hecho creo ser nuevamente un niño, la sombra de un niño. Me siento feliz, hay una sombra que me abraza y me arrulla como si fuera suyo. Es mi …

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Colapso: el delirio de Emilho Cabanhas (inédito).