jueves, 28 de abril de 2016

La voz de la Letra

En 1997, cuando se estrenara el cortometraje “Los colores del arco iris” de la cineasta Gabriela G., la publicación independiente de un libro en la ciudad de Puebla causó revuelo. El título decía: “La voz de la letra”; me es difícil ahora explicarles cómo se presentaba aquél, puesto que el programa que utilizo para escribir no me permite caracterizarlo pero, aunque lo mejor hubiese sido anexarlo para que pudieran verlo, intentaré describirlo: el artículo junto con el sustantivo “voz” formaban una curva que variaba la tipografía del número 12, ascendía en la letra media a la 36, aproximadamente, y culminaba en la 72, era como si el autor quisiere dar un énfasis entre la “o” y la “z”; el complemento adnominal descendía a partir de la 36 hasta la 12; si había punto éste era imperceptible a simple vista. Llamada mi atención ya sobre el contenido del libro, me limité a comprarlo con un dejo de desaire, sin embargo, había despertado en mí tremenda curiosidad que temblaron mis manos cuando me lo entregaron.
            Fue en diciembre cuando lo leí. El autor (Emilhio Cabanhas) de descendencia brasileña y residente en México desde las Olimpiadas, realizaba un estudio minucioso acerca del papel de la escritura en los hechos del lenguaje: “mal reflejo del habla” le debatía a Saussure. Aunque estaba de acuerdo en que era imposible desarrollar en ese momento un sistema gráfico que no fuese un reflejo del habla sino ella, es decir, que no fuese la manifestación de algo en otra cosa sino ser en sí misma lo otro; también creía en la posibilidad de que la lengua escrita recobrase importancia dentro de los estudios lingüísticos. Antes de terminar el libro, en el capítulo 3, se hacía una advertencia a pie de página: “En el próximo volumen la propuesta de este sistema de escritura”. El 7 de junio del siguiente año dejó de existir la librería en que compré este libro, el volumen II nunca salió.
            Años más tarde, ya en el nuevo milenio, caminando por el callejón del Carolino me encontré en un local de antigüedades con unas hojas viejas y carcomidas por el tiempo. A pesar de estar la letra en manuscrita pude reconocer el nombre de quien las escribió: Emilhio Cabanhas. Ideas sueltas, hojas sin numeración y algunos que otros tachones limitaban el reconocimiento de la idea central. No obstante, tras algunos días de analizarlas, descubrí su contenido: “Assim como a mesma fala tem uma forma e uma substância, a escritura também tem suas próprias, então, existe a possibilidade de reconhecer na língua escrita quem tem falando, se é um homem ou uma mulher e, ao mesmo tempo, saber a tonalidade e o volume da pessoa que fala-nos na escrita”. Sí, era cierto; en las mismas hojas se describía la investigación realizada y, además, se mencionaban a sus colaboradores.
El Maestro Cabanhas había determinado los volúmenes en que las personas hablan y les había asignado un número en el tamaño de la letra, así el más bajo que halló fue el que representó con la tipografía de 8 puntos, que era hablar casi en silencio, como el bisbiseo de un secreto; y el más alto fue el representado con la tipografía de 72 puntos, como un grito. Si la voz era aguda la letra se angostaba, si era grave se ensanchaba. Decía: “A maior parte das mulheres têm uma voz aguda, e maior parte dos homens têm-na grave, é assim que a tipografia pode-nos dar conta de quem fala nas novelas de romance ou nos textos de ciência”. Incluía un apartado sobre los alófonos, los que dejaba de lado puesto que los fines prácticos de la investigación le hicieron dar testimonio de que en cualquiera de las lenguas los hablantes reconocen los sonidos que la constituyen sin centrar la atención en las posibles variaciones que estos pudieren tener.
Ahora entendía el título de su primer libro, era un llamado, un grito que pretendía resonar en nuestros oídos para poner nuestra atención sobre la escritura: “la voz de la letra”. Era evidente, cuando leía el título escuchaba la misma voz del autor, su acento, la intensidad con que me hablaba, incluso se notaba que había perdido un poco del portugués. Aunque en su momento no reparé en la forma en que estaba escrito el libro, en esa irregularidad de las letras que irrumpían la armonía de mis ojos, ahora sabía que todas esa variaciones tipográficas que hubo en todo él obedecían a una propuesta por de más aventurada, mas trascendental. En las hojas sueltas que había dejado se encontraba una comparación hecha por uno de sus colaboradores: “los brasileños (señalaba) presentan en sus transcripciones formas curvas bien definidas, regulares y cortas que semejan el tránsito de una serpiente; los mexicanos, en cambio, presentan curvas más largas con picos elevados de entonación y en cada final o pausa de habla, permanecen en un mismo nivel para descender lentamente a 8, como si fuera el vuelo de un águila”. La hipótesis del colaborador: la escritura también puede dar muestra del trasfondo cultural del hablante, según las formas de aquella podría uno saber el origen de los autores.
Otro de sus colaboradores decía que los buenos autores podrían, entonces, reconocerse por el buen manejo de los personajes, puesto que implicaba crear nuevas maneras de hablar y nuevas culturas que concordarán con lo escrito; así, la destreza para crear polifonía en un cuento o una novela era directamente proporcional con el grado de asimilación que tuviera el autor con los personajes que creara. Hubo uno que, partiendo de esta teoría, pudo reconocer un plagio en la tesis de un estudiante: “las transcripciones apuntaban a una escritura diferente, el orden de las palabras y la construcción de sus ideas no eran de él, más parecían de alguien nacido en Chile”.
Hechos como estos, y otros más y diversos, en las hojas que debieron ser publicadas el año en que se prometía. Pero qué habrá sucedido con el Maestro Emilhio Cabanhãs, quién era, por qué su postura. Por qué publicar en la clandestinidad, será que existe algún tipo de resistencia por parte de los puristas de la lengua, o acaso el tema es absurdo y no vale la pena siquiera pensar en algo semejante.
Ayer que busqué las hojas y el libro, recordé que la misma noche en que terminara de leerlas, mi apartamento sufrió un pequeño incendio, nada grave, aunque lo único que se quemó fueron esos textos y el bote de la basura donde fueron a parar tras caerse del escritorio. Ya nada queda.

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: La voz de la letra (inédito)

miércoles, 20 de abril de 2016

Tras los ojos de Borges

La inimaginable obra de Jorge Luis Borges, planteada así de principio, inunda hoy las bibliotecas y la literatura mundial. Lecturas como Sur, El milagro secreto, La escritura del Dios, entre otras, han hecho adeptos alrededor del mundo hispano y aun más allá de las fronteras lingüísticas; sin embargo, no podríamos adentrarnos al análisis de cualquiera de estos textos sin conocer la vida del autor. Por demás es sabido que contextualizar al autor en su “aquí y ahora” daría respuestas del por qué su escrito es de tal cual forma y cómo es que se estructura a partir de la influencias anteriores. Pero quién es realmente Borges.
            En la década de los 60’s, el maestro Emilho Cabanhas se dedicó a investigar la vida de este autor, y como muchos otros lectores-investigadores se le hacía imprescindible conocer tanto al autor, como el lugar en donde vivió. Excitado ya por la aventura en la que se embarcaría, partió de su natal Brasil hacia La Argentina con el ánimo casi sobrenatural de revisar los lugares alguna vez pisados por éste grande de la literatura. Durante su viaje realizado en tren leía el libro Ficciones para reelaborarse los planteamientos teóricos que sustentarían su tesis sobre “La estructura discursiva de los relatos Borgeanos[1]” que pronto iría a defender ante la Academia Brasileña de Estudios Literarios.
            No fue sino hasta su lectura de Examen de la obra de Herbert Quain que pudo notar una diferencia significativa entre la primera vez que lo leyó y ésta su vigésima segunda ocasión. Efectivamente, el propio texto era un ejemplo claro de lo que exponía. Supuso entonces que la bifurcación de las lecturas se debía a la interpretación y actualización que hace el lector de los textos a partir de su bagaje cultural, por esto, la primera vez que leyó el libro sintió un escalofrío recorrer su cuerpo por la simple razón de no tener una experiencia anterior a los relatos, mientras que en esta última se veía influido por todos los análisis estilísticos y hermenéuticos que había realizado durante la licenciatura.
            Cuenta el mismo Cabanhas en sus Crônicas dum mundo de ficção[2] haber encontrado a Borges en el tren donde viajaba. Decía: “La imagen de la foto que tomara Zardoya estaba viva y caminaba por los vagones pidiendo los boletos para asegurarse de que no hubiera ningún polizonte[3] (CABANHAS, 1985: 22). No obstante, el maestro se percató de esto hasta que el supuesto Borges se había ido de su cabina. Sorprendido por un paroxismo incontrolable, recorrió cada una de ellas hasta encontrarlo y le llamó: ¡Borges! Pero no era él. Absorto por tan inexplicable suceso revisó cada cinco minutos la fotografía que estaba en el libro. Al regreso, el checador le dijo que algunos años atrás había sido invitado por unos señores a una sesión de fotos para presentar un catálogo de trajes sastre. Abrió nuevamente su libro y notó que faltaban algunas palabras.
            Al llegar a La Argentina se propuso visitar al gran amigo de Jorge, no sin antes ir a la biblioteca donde estuvo trabajando. Olvidado ya lo sucedido en el tren, esperó hasta que alguien pudiera recibirlo y contarle algunas cosas sobre el escritor que pudieran ampliar la perspectiva que tenía del mismo en el ámbito laboral como cualquier humano. Luego de más de tres horas platicando, el bibliotecario le enseñó un libro que le había dedicado cuando descubrió que era él el afamado escritor. Nada, absolutamente nada. Ni la firma ni el nombre, ni siquiera la fecha en que supuestamente lo firmara. Le estaba tomando el pelo. Ante el enojo del señor el maestro Cabanhas tuvo que salir rápidamente de ahí, no obstante, la intriga creció más todavía pues cada vez que revisaba su libro éste perdía más y más palabras. Hasta ese momento le era inexplicable todo cuanto sucedía.
            Llegando con su principal informante descubrió que éste tenía una colección basta de fotografías de Borges y entre ellas la que estaba en el libro. Cuando apareció el anfitrión refirió todo cuanto le había acontecido sin omitir detalle alguno. Un silencio sobrevino. El maestro esperó alguna respuesta. Borges no existe. Dijo: Borges no existe. Revisó nuevamente su libro y estaba en blanco, sólo la foto, la portada, el nombre del autor, de la editorial, el título y la numeración de página se conservaban. Todo lo demás no existía, ningún cuento había sido impreso. Pero qué ha sucedido preguntó Emilho. Simplemente se trataba de una ficción.
            La sencillez de los escritores argentinos promovió entre ellos la idea Nietszcheana de un súper-escritor, y entre Silvina Ocampo y Bioy Casares crearon la imagen de Jorge Luis Borges. Lentamente la mentira se reprodujo en los círculos literarios hasta alcanzar el grado de verdad. Al poco tiempo, no sólo los escritores creían en la existencia de él, sino también la población. Luego los escritores del mundo.
            El maestro Emilho Cabanhas reelaboró su investigación sin cambiarle el título para no atentar contra las élites literarias. Sin embargo, logró descubrir cómo podíamos leer todos lo mismo con mínimas modificaciones superficiales. Primero: o la construcción psicológica de Borges estaba hecha de tal manera que no podría ser diferente a la que conocemos, o bien, no nos había sido posible imaginar una donde el escritor no mienta en lo que escribe; de éstas la primera se presenta como la más real. Segundo: las ideas borgeanas no pertenecen a ningún autor, sin querer decir con esto que son irreales, lo que sucede es que se presentan de forma arquetípica a niveles infra-inconscientes, de donde recuperamos la historia y la representamos en nuestro consciente, es decir, la historia ya nos pertenece pues forma parte de un proyecto literario más trascendental y genético. Tercero: la mentira, o en este caso la ficción, representa un espacio antes no colmado por los mismos autores, podían ficcionalizar para otras personas pero no se habían dejado sorprender por una mentira que motivara en ellos la producción y la satisfacción de ansias literarias. El maestro Cabanhas planteó que la representación común que teníamos de texto escrito podía explicarse mediante el ejemplo de un conductor en la carretera: cuando él dirige el auto por unos 50 km. piensa que mantiene los ojos en la carretera por todo el trayecto, pero no es así, es víctima de una ilusión, parpadea tanto que realmente ha viajado con los ojos cerrados por más de 48 km. Entonces, la vista anticipa y reconstruye lo que no ha visto. Así, los libros de Borges parten de una idea generativa que nos permiten concretar en texto escrito aquello que aún no hemos visto.
            Con lo anterior, Emilho Cabanhas logra comprobar que este afamado escritor no es más que una simple vacilación entre lo que deseamos ver como literatura y aquello que no tenemos. Cuando presentó su investigación, sin pena ni gloria, la Academia rechazó la negación de la existencia de Jorge Luis Borges puesto que ellos seguían viéndolo, pero su investigación no fue rechazada del todo, aún continúa en las frías salas de la Biblioteca Nacional de Brasil. Para 1968 el maestro abandonó el país definitivamente; relatos de compañeros con los que laboró cuentan que viajó a México para ver las olimpiadas. Hoy, poco se sabe de él. Hay quienes afirman que es una invención de Borges.


Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Tras los ojos de Borges (inédito).


[1] El esbozo de esta tesis ahora sólo se encuentra en la Biblioteca Nacional de Brasil en Rio de Janeiro; el acceso está restringido al público en general puesto que muchas de las investigaciones fueron sustraídas en años anteriores e incluso, hoy en día, son robadas por el propio personal para la venta en el mercado negro de la literatura. El permiso para acceder lo otorga la Academia a quienes comprueben que están desarrollando investigaciones literarias con respecto a los documentos ahí ubicados, sin embargo, existe un catálogo de los mismos consultable en la universidad de Río.
[2] CABANHAS, Emilho. (1985). Crônicas dum mundo de ficção. Portugal: Caminho: o campo da palavra.
[3] Traducción de René Bautista C.

viernes, 15 de abril de 2016

Alienado

A Emir, el Escritor visceral.

Veo mi mano azul; tiesa como el Muro Dorado de Gabriela G. Es diferente, una parte de carne autónoma que contiene voluntad propia y que por las noches asecha mis miedos. Siempre quieta, siempre fuerte, siempre atenta. Apenas unas cuantas semanas atrás era tan normal como toda mano y mía; mas la vida que me ha alejado de mi país y me ha arrastrado hasta aquí, confabula contra mi existencia pasajera tras estos ojos melancólicos, haciendo de mí un paria en las noches de sin sueño.
            Estuve loco, loco como José padre persiguiendo al Gigante con ansias infinitas de muerte y un deseo incontrolable de venganza; loco como José hijo odiando al Diablo y sus palabras en la venta; loco como el mundo entero. En ese entonces, incapaz de comunicarme con las personas que más quería e incomprendido por mi psicóloga que intentó simplificar mis patologías a teorías llenas de bondad, salí a la vida vagabunda a arrastrar mis penas por estas calles pintadas de azul tiricia; cuántas madrugadas esperando aliviar las asperezas del pasado. Mas, quién lo pensaría así, la persona a quien más amaba convertida en puta navegando las ruas sin temor a ser pisoteada, y luego verla disfrutar de otros labios. Se descompuso el mundo que había vivido; el deseo que tuvo creado en mí se convirtió en un asco nauseabundo y apodrecido que convulsionó mis vísceras y me hizo vomitar el altar de la virgen de Juquila; perdón, pero no pude aguantarme el asco.
            Odié; sentí la misma desilusión que Judas y Tomás al ver a Cristo suspendido del orbe de la tierra y sentí la misma orfandad humana que enunciara éste desde su sentir divino: Dios mío, por qué me has abandonado. Ya me falla la memoria; recuerdo haber destruido los muros de la ciudad con la simple fuerza del odio concentrada en mi mano. La recuerdo a ella con sus ojos vueltos a mí cuando cayera sin conciencia sobre mi propia inmundicia. Recuerdo sentir las lenguas cálidas de los perros al lamer mi cuerpo hecho una piltrafa. Al despertar ya estaba así, con el yeso encarcelando mi mano injustamente.
            Pasaron los días lentos creciendo la costra de mugre alrededor, quemando por dentro la piel y el hueso. Fueron días insoportables porque en cada uno recordaba 8688 veces la imagen asquerosa de unos ojos cerrados volando el sueño de otro alguien y de sus labios putrefactos e insanos bebiendo el alcohol de las rameras. Fueron días perdidos en un sueño inevitable, yo procuraba alejarme de un recuerdo ya carente de sentido.
            Despierto, no soy el mismo. Mi mano nuevamente libre sigue sin moverse a pesar de cuantas veces lo intente. El yeso le ha dejado algunas yagas y muchos pelos como los de las ratas que solía matar. No hace nada; a veces pienso que planea nuevamente una venganza más exitosa que la anterior. A veces creo que me piensa como un parásito adherido a ella y supongo de su intimidad un deseo profundo de libertad reprimido por mi configuración corporal. Permanece inmóvil todo el tiempo, hasta sus uñas han dejado de crecer, es como si pretendiera hacerme creer que está muerta, pero sé que no lo está. He perdido el sueño sin que lo sepa, pues pudiera darse cuenta de que la espío de reojo; juro haberla visto moverse .023 milímetros una noche, quizá soñaba cómo deshacerse de mí y la traicionó ese impulso por separarse porque, seamos sinceros, soy un límite para sus planes.
            Me observa desde su quietud, incluso creo que atemoriza a las otras partes de mí. Un día que veía la tele comencé a sentir un ligero cosquilleo sobre el dorso de la mano izquierda, estaba temblando, en tanto la otra ahí como siempre, inmóvil, atenta, inquisidora, intrigante, demasiada quietud en un miembro evolucionado para la actividad constante. De a poco se había convertido en un pedazo de carne ajeno a mí que maquilaba, dentro de sus cinco dedos, gangrenar la unión de la muñeca, reventar las bolsas sinoviales de los huesos del carpo, desencadenarse de su radial externo, su extensor, sus supinadores, flexores y cubitales; deseaba enormemente ser libre para acabar con el mundo que lentamente se llenaba de locos.
            No niego haber pensado en deshacerme de ella, sin embargo, sé que me dolería más a mí por el dejo de nostalgia que orbitaría mis recuerdos. Lo que puedo decir es que día a día comenzaba a sentir nuevos cosquilleos en otras partes de mi cuerpo. En un día de tantos mi mano fiel dejó de serlo, la encontré buscando en la bolsa del pantalón las llaves de la casa (para qué las quería), extraño, ya que no era mi voluntad quien dominaba esa búsqueda sino el poder de convencimiento que la mano derecha había ejercido ya sobre la izquierda; quizá algún tipo de amenaza hecha llegar a través de la sangre había comenzado a debilitar las conciencias de mis extremidades y a hacer de ellas unas simples actantes de la perversidad. Mis pies, incluso, una tarde me llevaron a un lugar donde no quería ir y me vi gritando como un loco en la esquina de Santo Domingo: ¡auxilio, me secuestran! no obstante, ante los ojos de todos los testigos involuntarios, sólo fui un pobre diablo que hablaba sin hablar, mejor dicho, un tipo que intentaba comunicarse sin conocer ya el código de la lengua. Durante el trayecto a casa estuve pensando en mis acciones futuras y me fue evidente lo que iría a hacer.
            Recuerdo la bañera y el movimiento de sus aguas cuando muy despacio se fueron tiñendo con la sangre. No era la mía. A pesar de su ímpetu y resistencia logré ahogarla y sólo para cerciorarme fue que la liberté de mí y de su quietud, porque he de decirles que debajo del agua fue cuando más movimiento tuvo, aunque eso es normal, imagínense quedar atrapados en la presión del agua con una fuerza superior impidiéndoles tomar el aire que los vive. Sí, me dio mucha alegría verla convulsionándose en la bañera mientras mi rostro dibujaba una sonrisa catártica. Aún puedo verla flotando con sus cinco dedos morados. Tras algunos días de sentirme aliviado retiré la venda de la muñeca y, a pesar de estar la herida aún abierta, no sentía ningún tipo de dolor, incluso podía sentir mi mano mover los dedos, pero ya no estaba.

            Fueron días insoportables, corté mis pies por temor a que me perdieran en los vericuetos del Tamborcito; corté la mano con que escribía por miedo a que mis teorías sobre la lengua terminaran tachadas y sin que alguien pudiere leerles, corté mis piernas porque aún se movían, mis muslos, mis brazos; todas mis extremidades que crearon una costra de sangre en el piso de la casa. Y entonces lo comprendí, ese ente alienado que fue mi mano había contaminado ya mi cerebro con su peste y lentamente me hizo su servidor. Dominó desde su muerte mi cuerpo, arrancándome uno a uno los miembros que me conformaron, mientras ella allí, flotando en la bañera, en esa tranquilidad roja donde disfrutaba plácidamente su libertad.

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau); Mutantografías: Alienado (inédito).

viernes, 8 de abril de 2016

La llave de regreso

A mi hermano Renes(i)to

Las palabras de DunkelBlau siempre me sacaban una larga sonrisa, más cuando nadie entendía lo que decía: El hombre ha de ser Dios, su manifestación concreta en este mundo, por eso no hay una religión, sino muchas, porque en cada ser que habita este mundo hay una conexión sagrada con él, con la naturaleza; todos reíamos: ¡Ya estás pedo! Recuerdo que en algunas reuniones lo evitábamos, no era que nos cayera mal, era simplemente que no siempre estábamos en la mejor de las disposiciones para oír tonterías, menos cuando los dogmas se instauran en nosotros como monolitos inamovibles; así él, que siempre quiso hacernos ver un mundo distinto, uno mejor y más simple, aun con todo y lo malo que tenía, era el objeto de nuestras sonrisas divertidas en las borracheras que solíamos tener.
       La noche del ocho de agosto, en el aniversario luctuoso cuarenta y cinco de su madre, me dijo con ojos vidriosos: ¿Te imaginas qué mundo de posibilidades se abren cuando hay estados comáticos?; No te entiendo, a qué viene eso; Pues es simple, imagina la esperanza que guarda cada familiar en que algún día vuelva en sí su comático; ¿Comático? Comatoso, ¿no?; Sí, que está en coma; Ah ¿volviste a beber?; No; ¿Entonces qué tienes? tu pregunta me confunde; Nada, pero sólo imagina cada una de las posibles acciones que un familiar tomaría para hacer reaccionar a su comático; Son muchísimas; Exacto, he ahí el problema, hay un reflejo de este mundo grande y complejo en ese preciso momento, digamos que en la misma proporción en que ignoramos, intentamos erradamente las soluciones; O sea que si supiéramos salvaríamos a los “comáticos”; Exacto, el “saber” o “conocer” nos centra en las soluciones, en discriminar las opciones que no resultarán… Poco más recuerdo, el alcohol no mezcla bien con la memoria.
     Me pregunto ahora, qué será necesario saber para ayudar a un paciente en coma; quizá esa exploración tenía DunkelBlau. Cuando tenía diecisiete años, mi tía Bárbara me dijo que a los que caen en coma muchas veces les ponen música que les gusta para que intenten reaccionar, que había habido casos en que esas personas despertaban. Tal vez, esto de la música sea ya un saber, pues ha resultado; pero dentro de nuestra ignorancia qué será lo que hace la gente. DunkelBlau tenía una gran influencia sobre mí, el tema me interesó y entonces pregunté a varias personas: hacerle cosquillas en los pies, darle un soplo con humo de cigarro para que tosa, darle un beso, pellizcarle, hacer que la novia o esposa le hable al oído para llamarle de regreso, con un toque de mois o un ajo doble impresión. ¿De regreso? A dónde van, qué pasa en el cuerpo que la mente o la conciencia, o qué sé yo, lo abandona al grado de no moverse. Ese estado es como una muerte anacrónica, adelantada, desfasada de su tiempo. En internet abundan los relatos de personas que volvieron en sí después de semanas, meses, años, en estado de coma; sin embargo todas son demasiado fantasiosas, son del mismo tipo que las historias de abducciones o de gente que ha visitado el más allá.
     Después de algún tiempo de sobriedad volví a encontrarme con DunkelBlau; al parecer había hallado una forma no probada de hacer que la gente en estado de coma regresara a este mundo: Ah mi estimado, Ernesto, la solución ha estado frente a nuestros ojos por miles de años y nunca la habíamos visto; es fácil, sólo necesitamos la llave que nos deje salir de la mente. Claro, no entendí nada, su discurso fue una serie de ejemplos a los que no encontré la más mínima ilación; decía, por ejemplo, que si la historia de la humanidad es como una cerradura, cada hecho, cada evento o fenómeno en nuestro mundo, al determinarnos en el futuro, luego es como una llave que va cerrando la historia; que si el naufragio de Alvar, que sí Cortés; dijo algo de los moros en España, de los pueblos helenos, los germanos, ya ni recuerdo bien. Que todo eso es un ápice en una llave que cierra la historia y nos guarda a todos en el mismo contexto: el mundo. Y que si esa historia nos va encerrando en esta habitación cultural, seguro el hecho de aprender cómo surgen los ápices de la llave nos puede liberar. De ahí el calco hacia nuestra llave de regreso, hacia la llave de la conciencia. Estuve a punto de pararlo, sabía que me confundiría: …es como cuando sueñas y te das cuenta que estás soñando, algo te jala hacia afuera; eso es el resultado de la llave, de tomar conciencia; pues bien, mi querido Ernesto, ya no te aburro más, cada cual debe comenzar a hacer su propia llave por si algún día necesitamos ser regresados a este mundo; ¿Y cuál es?; ¿Cuál es qué?; ¿Cuál es tu llave?; Ah, quizá una lista de reproducción con las canciones que me gustan; ¿Sólo música? No es cualquier música y no es cualquier orden, de eso se trata la llave de la conciencia, de que nuestro cerebro sepa que está inconsciente y regrese, por eso es importante pensar bien la llave. Cuídate amigo.
      Esa hubiera sido la explicación más sencilla, incluso lógica. Quizás el oído sea el único sentido que podamos asegurar como activo en el estado de coma, quién sabe, por ello necesitamos que un fenómeno acústico nos dé la señal de que estamos en coma, que nos haga conscientes. Tan simple como eso, para qué hablar de Cabeza de Vaca. Dije, mi llave entonces tendría que ser de puras canciones que me desagraden, no sé, tal vez Sabina, Bunbury, el guatemalteco ese que se cree poeta, no sé; tal vez canciones de ellos para que mi mente diga: ¡no, eso no puede estar pasando! Pues con esas ideas dormí aquel día muy tranquilamente ya que el método de DunkelBlau me reconfortaba en caso de volverme comático. Era un cuatro de diciembre. Tres días antes del accidente.
     A las siete veintisiete, dos accidentados llegaron al hospital de San Manuel. Uno de ellos no sobrevivió; el otro era DunkelBlau, estable pero inconsciente. Yo estaba con su familia cuando el doctor dio la noticia de que el paciente había caído en estado de coma. Sorprendente; mientras la familia intentaba no llorar, en mi cabeza decía: No hagas eso Dun…, algo me hacía pensar que la poderosa mente de mi amigo había provocado su propio estado. Como para poner a prueba su teoría. Cuando me permitieron subir su hermana estaba con él, le tomaba la mano y la acariciaba mientras suspiraba dolorosamente, como si en ella existiera ya una resignación a la muerte de mi amigo: ¿Quieres estar a solas con él? Asentí y entonces platiqué con él, le pedí que reaccionara o me diera una señal para regresarlo al mundo. Su respuesta siempre era la quietud y el sonido del respirador. Le dije buscaré tu llave, Dun… porque tienes que regresar, por tu familia. Salí del hospital y fui directamente a su casa, en algún lugar debe estar escondida. Revisé los cajones de su escritorio, había escritos, cartas, una foto de Sarai que miré detenidamente, por qué guardaba lo que tanto le lastimaba, quién sabe. La guardé en el bolsillo para llevársela. En su librero quise buscar pero eran tantos los libros que en cuál de ellos podía estar. Es más, ni siquiera sabía cómo sería la llave, no sabía si sería un papel entre las hojas de un libro, unas notas en hojas sueltas, palabras ocultas en la base de los libros, o los acrósticos lusoespañoles que tanto le agradaban. No sabía cómo buscar. Fui a su habitación, siempre desordenada, tomé sus libretas, las hojee, miré a través del espejo por si había guardado una nota de reflejo, revisé las manchas de la ventana. Era un mundo infinito de posibilidades tomando en cuenta que a DunkelBlau siempre le gustó generar nuevos códigos de comunicación, cuando no escribía moviendo las letras del alfabeto, escribía con dobles sentidos en otras lenguas, o utilizando los falsos significados de las palabras para decir con ironía lo que verdaderamente quería decir. Creo que maldije por un momento esa condición que tenía de intentar burlar todo. Quería mirar las estrellas e intentar, como él, al leer “la escritura del Dios” descifrar su llave en la posición de los cuerpos celestes. No encontré nada. Estaba desesperado.
      Los días pasaron, DunkelBlau no reaccionaba. Sus hermanas se turnaban para estar con él y su papá también entraba para platicar de Carlo Magno o de la Segunda Guerra mundial. Los conocidos de a poco fuimos pasando. La foto de Sarai estaba a lado de él. Cuando no estaba en el hospital o en el trabajo, aprovechaba para dar leídas continuas a sus cosas, pues quizá en una de tantas encontraba la dichosa llave. Hubo un tiempo en el que pensé que eso era una simple idea sembrada en mí, como una más de las esperanzas en el ser humano. No obstante quería agotar todas las posibilidades para hacerlo reaccionar. Incluso busqué la forma de comunicarme con Sarai, pero hasta ese momento no podía dar con ella.
       El veintidós de diciembre de dos mil cuarenta y cinco, un día antes de su cumpleaños, me llegó la noticia de que la familia había decidido dar por terminada la travesía del coma. Justo en el día de su cumpleaños y a las seis de la tarde como cuando nació, tal cual él lo había expresado en algún momento durante reuniones familiares, sería desconectado. Obvio no podía aceptar que mi amigo me dejara así sin dar una última lucha. Hablé con la familia para que me permitieran seguir buscando. Mi plazo fue el mismo: seis de la tarde de mañana, si no hay nada, lo dejaremos descansar.
      Fui de nuevo a su casa: ¡la computadora! Cuál será la contraseña. No fue difícil saberla pues en él era de sospechar el nombre de alguna chica que haya querido mucho como parte de la contraseña; después de intentar varias en un papel, discriminé para que me quedaran tres. Con la segunda entré. Revisé las carpetas y nada que indicara algo para salvarlo. Había una lista de reproducción que decía: “para cuando me muera”, la guardé en el celular y en el camino de regreso al hospital la fui escuchando: la Martiniana, el Dios nunca muere, Tierra de luz, Europa… cuando llegué al hospital le dije a una amiga que pusiera esa lista de reproducción a sonar junto a él, pero que la pusiera al revés, para que si escuchaba las canciones supiera que no moría. Salí de nuevo, fui a su trabajo, pedí permiso para revisar su escritorio y sus compañeros me miraron extrañados. Ahí, en la pizarra de cumpleaños del mes estaba su nombre y junto algo que decía “lista de deseos”. Leí: Gracias amigos, de verdad no quiero pedirles nada como para mí, sino que algún día lean el ensayo que envié a la revista de la universidad y que esperemos ahora sí quede para publicarse. Le pregunté a Rosarito cuál era ese artículo: según decía que se llamaba algo así de los dóciles o la fábrica de dóciles… algo así. Revisé de nuevo la computadora de la oficina, nada. En su casa seguro estaba. Abrí de nuevo la lap y en las carpetas una decía: textos, en ella un archivo que efectivamente se llamaba “La fábrica de dóciles”: …tal vez una llave nos libere, como cuando caemos en coma; así yo, por ejemplo, tengo por ahí guardada mi llave entre Machado de Assis y Augusto dos Anjos… Ahí estaba.
     Revisé el librero, Nenhum Olhar, O Perfumista, Quincas Borba, Memorias Póstumas de Bras Cubas, Eu y nada, ni un papelito, puras notas de las traducciones que a veces hacía. Cuál de entre todos los que no estaban en su lugar. Supe que Manuel Bandeira era el indicado, de los pocos libros que tenía de autores del Brasil, ese era el único que no estaba en su lugar y el que podía quedar entre Machado y dos Anjos. Esta vez no lo hojee, simplemente lo sacudí y de él cayó un papel:

Ernesto, querido amigo:

Te hablaré como si estuviéramos frente a frente. Yo sabía que encontrarías este papel, eres el único en quien puedo confiar mis divagaciones teóricas, aunque sé que a veces es difícil explicarme, sin embargo tú me escuchas no por obligación, sino porque sé que algo de mi palabra te intriga; sé por ejemplo que después de haber platicado de “la llave de regreso” has buscado las formas adecuadas para hacer la tuya; es más, te podría asegurar que has escogido poner a las canciones de Arjona en una lista de reproducción, pues no sólo a ti, sino a millones de personas que tenemos un poquito de criterio nos disgusta en demasía ese tipo (es una pena que en la letra no se pueda notar que esto lo digo riendo, burlándome), y si no es él, seguro es Bunbury o Joaquín; hay personas que conocemos tan bien que sabemos qué harían. Por ello yo sabía que encontrarías el papel, aunque lo único que he dejado al azar es el tiempo en que habrías de encontrarlo.
     ¿Te confieso algo? Creo que estoy pasando por una nefasta alegría. La vi, llegué hoy de Tehuacán y en la terminal también descendía ella de un autobús de la misma línea. Me miró como no queriendo, para no irritarla decidí caminar a parte. Supongo que hizo igual. Al subir por las escaleras me la volví a encontrar y entonces me disculpé, no por el pasado sino por volver a encontrarla en ese momento. Me dijo que no la evitara, que al final de cuentas el pasado es irremediable y que para ella todo estaba olvidado; ya sabes cómo soy, le dije: perdón, no le entiendo señorita, de dónde es que nos conocemos. Y entonces ella dijo lo que no esperaba escuchar, con un rostro de sorpresa, que poco a poco también cambió a agrilegría: “de dónde, me conoces del amor marchito, del amor que tuve que negar por ti y por mí, del amor que frustrado fue en dos intentos de ser una familia de tres, me conoces como yo a ti del dolor que queda en el cuerpo cuando alguien a quien amas se aleja, me conoces de las mil veces que intentaste comunicarte conmigo, de la soledad de todos estos años, de la búsqueda por una explicación que te dijera por qué no te hablo… esa soy yo, Sarai. La que te quiere y ya no te quiere, la que te quiso y aun a veces te quiere…” La hubieras visto, lloraba; pero yo que siempre he sido un pendejo no sabía si el llanto era de otrora o… yo también lloré. La abracé y entonces dijo: “¿recuerdas la prueba estúpida que te pondría para saber si me amabas? Pues no sabría decirte si la pasaste. Yo arrobada de una furia insensata te pedí que más nunca me molestaras y tú cobarde aceptando siempre todo lo que yo decía. ¿Será acaso que verdaderamente es eso una prueba del amor más fiel?”
      Amigo, qué haces en esos momentos. Y entonces recordé que alguna vez dije: si la vuelvo a ver será como un nuevo despertar. Así que realmente quiero volver a despertar en ella, por eso saldré a encontrarme de frente con el hilo de la vida, creo que buscaré un accidente no fatal pero sí riesgoso. No me juzgues, amigo. Si todo va como lo he pensado mi llave está a punto de abrir la puerta tras ese accidente.
      Esta es una nueva llave, la anterior la deseché porque el contexto en que surgió era distinto a lo que estos nuevos eventos han desatado. Si el mundo funciona como hasta ahorita, mi llave comienza a las siete con veintisiete minutos, tomando en cuenta que el lugar del accidente que busqué está a 20 minutos de san Manuel y la ambulancia tarda entre cinco y diez minutos. El doctor que seguro me atenderá es Alfredo Graves, traumatólogo especialista, pues está en el turno de la mañana. Él dará la noticia de que he caído en coma. Mis hermanas parecerán valientes y aguantarán las lágrimas unos instantes antes de que tú muevas la cabeza como diciendo no. ¿Complicada comienza la llave, verdad? No acaba ahí, la llave no solo contempla acciones de las personas, también pensamientos. Tú pensarás acertadamente que lo hice a propósito; felicidades, te confieso que en esta parte tuve miedo de que pensaras otra cosa (sé que lo pensaste). Subirás y verás a mi hermana, la mayor, acariciándome la mano, te dirá si quieres estar a solas conmigo, luego me hablarás sobre este tema y me jurarás buscar la llave. Revisarás mi casa, mis libros y olvidarás la computadora.
     Después mis familiares y conocidos entrarán a visitarme. Mi padre platicará conmigo sobre Carlo Magno y sobre ese tema que tanto le apasiona: la Segunda Guerra Mundial. Se me olvidaba. En mi cajón dejaré una foto de Sarai, la tendrás que poner a mi lado e intentarás buscarla. Sabiendo que mi familia me ha oído decir muchas veces que me gustaría morir el día de mi cumpleaños, decidirán desconectarme si no reacciono para ese día. Por lo que te pido encuentres este papel lo más pronto posible, en mi trabajo estará la pista; mi contraseña de la lap te la sabes, te la digo constantemente. El final de la llave es una lista de reproducción, a propósito dice que es “para cuando me muera”, porque en tu cabeza pensarás que debes reproducirla al revés así yo, desde la inconsciencia, sabré que no me estoy muriendo. Ves todo está pensado. Hasta aquí, si todo ha sucedido así como lo he dicho, la llave está completa, pero faltará girarla. Sarai sabe cómo, encuéntrala, pero pronto, porque algo me dice que estamos en el límite. 

Gracias, Ernesto.

      Creo que está de más decir por qué a veces me sorprendía tanto. Las horas se me venían encima; dónde demonios la encontraría. Yo no sabía ni su dirección, de hecho creo que la conocíamos sólo por las fotos y por lo bien que hablaba de ella. Revisé su celular, nada. Eran las cinco de la tarde, me senté a las afueras del hospital. Sabrá Dios qué azares de la vida hicieron que mi teléfono sonara, era ella, quería saber cómo seguía. Absurdo preguntar cómo sabía el número. Llamó, eso era lo importante. Casi de la emoción no podía hablar pero le dije que viniera rápido al hospital porque estaban por desconectarlo. Esa media hora fue terrible para mis nervios.
      El reloj nos regaló cinco minutos, la familia apenas tres. Entró, se puso a lado de él y lo miró sin saber qué decir realmente. Yo tampoco sabía si tenía que decir algo en especial o tomarle la mano, o quizá darle un beso, no sé. Se acercó a su oído y la oí como si cantara, luego lo besó y él apretó su mano. Dije sí, por fin, lo regresamos a este mundo. Mi cara de alegría tenía una sonrisa enorme y ella también tenía una inusitada satisfacción en su rostro. A las seis de la tarde de ese veintitrés de diciembre de dos mil cuarenta y cinco, mi gran amigo y compañero DunkelBlau, tras oír la voz de Sarai y apretar su mano, desistió de estar en esa zona límbica que es el estado de coma. La llave había girado y él había muerto.
      Algunos años más tarde, en el azar de la vida me topé de nuevo con Sarai y le pregunté qué le dijo: “Abre os teus armarios que estou a te esperar para ver deitar o sol sobre os teus braços castos… una canción que me cantaba cuando nos enamoramos, de Roberta Sá”. Y sobrevino en ese instante una revelación. El giro de la llave fue ese evento en la historia de DunkelBlau. La historia, su historia de vida fue generando todos los picos de su llave, pero Sarai era, por decirlo de algún modo, el ama de llaves, era la única que podía conocerlo como nadie, saber cómo funcionaba su mundo interno, lo conoció en las pasiones, en los dolores, en todo; quién mejor que ella para sacarlo del coma, para liberarlo de los sufrimientos. Y sí, lo sacó del coma, giró la llave de regreso para que se uniera de nuevo al mundo de la muerte, al eterno Dios del que a veces hablaba, a ese mundo natural que comenzaba yo a entender. Sentí una felicidad que me aliviaba ese pesar de perder a un amigo: “Este mundo es un paseo más, tarde o temprano tendremos que volver a nuestra infinita casa y habitar las sombras, habitar la eterna muerte”. Ahora sé que mi llave está ahí, en conocer y aceptar el mundo, sus altibajos. Ahora entiendo por qué el profeta muere, su llave está en esa magnífica revelación que tiene del mundo. Quizá yo esté cercano a morir; no importa, encontré mi llave en esta revelación. DunkelBlau lo había logrado, regresó de algún modo, desde su muerte, al recuerdo infinito de Sarai, a vivir muerto en sus despertares. Ahora entiendo, o parece que entiendo, el ser humano siempre busca en las religiones su llave de regreso.


(Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), "La Femme: La llave de regreso" (Colección inédita de Cuentos)

miércoles, 6 de abril de 2016

Todo me recuerda a ti

Ya sé lo que dirán, que estoy llegando al punto de la obsesión, que debo salir de este laberinto intentando conocer a otras personas, pero cómo quisiera que entendieran que no soy yo, que fue ese amor fugaz quien me puso así, que no es que quiera recordar sino que el mundo mantiene latente ese recuerdo. Vean, tan sólo.
            Fui al mercado y vi unas naranjas de azúcar, me dieron la prueba y al darle la mordida la sentí a ella en mis labios, escurriendo en cada gota de su jugo, tan dulce como sus senos, tan frescos y henchidos que mi lengua jugó con un huesito pensando que era su pezón. Tenía los ojos bien cerrados y chupaba el jugo de la naranja como si fuera ella, hasta recuerdo cómo chasqueaba mi boca de ese jugo sensual. “Y papaya, joven, no va a querer” me dijo el frutero y obvio respondí: ¡a ver la prueba¡ entre arrastrando y temblando la voz. Y la vi, con su centro misterioso y jugoso, escurriendo esa como lechita mielosa que da la papaya tierna. Le pegué la nariz a su negro semillar casi púbico y la olí ¡ah! era ella la mañana de abril en que sus labios fueron una flor abriéndose a mis dedos inquietos, como cuando niño buscaba el centro de las rosas. Y cuando se volteó el frutero saqué la lengua salivante y fui engullido de esa felicidad que da el pasar las papilas gustativas por el borde de su centro, ¡ah que vértigo, Dios mío! y ¡qué delicia la pequeña semilla de su risa hecha aguas y el espasmódico agitar de su cuerpo! Quería más frutas: “deme esos melones y guayaba, ¡mmm qué rico…! ¡pero de la rosadita que esa me trae de encargo! Un mango petacón también y unos duraznos suavecitos…” ¡Maravilla de coctel! era su piel tersa el durazno al pasarlo por la mejilla, el cuello, el pecho… melones chinos, qué frío me dio entre las piernas pero qué candela sobrevino a la sangre; un racimo de uvas que rozaron mis labios y que lentamente fui comiendo, mordiendo, lambiendo…
            Cuando el frutero regresó ya estaba yo hecho un batido sobre las frutas y me miró sorprendido por la forma en que mi cuerpo se movía en esa masa de mil-sabores; lo confieso, ella me había excitado demasiado. Y ahí llegaron ustedes. No fui yo, lo juro, fue ella que está ahí, véala con su rostro fino y malvado. Es ella que quiere aparecerse en mí, en todo lo que yo quiero. Fue ella, lo juro. Fuiste tú, que todo me recuerda a ti…

Aguilar Sanchez, Paul (Pool DunkelBlau), La Femme: Todo me recuerda a ti (Colección inédita de cuentos)

El Hiperrealismo

Hablar del Hiperrealismo nos lleva a mencionar las otras corrientes realistas de la historia literaria. De hecho podemos decir que desde la literatura griega nos encontramos ante un tipo de realismo. La mímesis busca acercarse a la realidad, sin embargo, ese acercamiento está mediado también por la mitología, que para nuestros días concebimos como ficción, aunque es de suponer que para la los griegos representaba una verdad pues formó parte de sus tradiciones religiosas. Así hemos pasado por distintos tipos de realismo que buscan ese acercamiento a lo que se considere en cada época la realidad. Si mal no recuerdo, tenemos los siguientes: realismo grotesco del periodo Barroco, el costumbrismo propuesto por Flaubert, el naturalismo de Zola, el realismo psicológico de Dostoievski y el realismo mágico con escritores del Boom como García Márquez.
            La cuestión es definir el Hiperrealismo, aunque más que definir es describirlo porque no se busca colocar límites, así pues diré que el hiperrealismo es una corriente, originalmente pictórica y ahora literaria, que no busca “realmente” representar la realidad, sino más bien confundirla, trastocarla y generar en el lector la aceptación de otra realidad. El hiperrealismo tiene como fundamento la creencia del lector; cuando éste se enfrente al texto hiperrealista debe creer que lee algo con tintes de verdad y realidad; pero los elementos de la estructura y el contenido harán que dude sobre su propia creencia (o buscan eso). Así, el lector puede descubrir que el texto está planteado en un mundo igual al que conoce, con personajes de entidades reales, pero con acciones que no coinciden con lo que él ya sabe de esos personajes, haciendo planteamientos que para nuestra realidad sean absurdos, alternos. El hiperrealismo no es histórico, no plantea un recuento de la vida histórica de un lugar o de un personaje; tampoco es futurista, no une las causas para contarnos la posibilidad futura. El hiperrealismo es siempre ficción y la parte importante es que no puede contar las acciones futuras porque el hiperrealismo es siempre pasado, en esa realidad alterna todo está consumado.
            El trabajo literario que hice como apertura al hiperrealismo es una colección de cuentos llamada: Mutantografías. En dichos textos uno puede observar lo siguiente: lenguaje académico, pero no es un lenguaje académico como el que se acostumbra en esta realidad, sino que en ese mundo, que se parece al nuestro, existe a su vez un propio lenguaje académico que, si revisamos a Bajtín, sería paródico. También hallamos datos de este mundo pero tergiversados, nombres de lugares conocidos, en todos y cada uno de ellos la hiperrealidad los trastoca y deforma para devolver un mundo cuasi-similar.
            No sé si quede explicada la corriente, aunque siempre se puede discutir y replantear en sus límites.

lunes, 4 de abril de 2016

La mujer de Abraham

Ya no te acuerdas, de verdad ya no recuerdas nada. Si puedes, ve mi rostro; sí, son ya varios años pero no he cambiado mucho, sigo siendo yo. Recuerdas la tarde que paseamos por el parque ecológico, no era muy tarde y decidimos entrar a la biblioteca, ahí entre sus anaqueles fue que nos conocimos en nuestra humedad. Tomaste un libro, creo que era de literatura universal, podría jurar que era el PQ 7298 P285 P67, eso yo no lo recuerdo bien. Leíste muy interesada: “Te amo por que no eres mía. Porque vives ajena a mí, ignorándome; por que tus sueños están poblados de imágenes que no comparto y porque sólo tengo, en ti, evidencia del mundo extraño.” Dijiste que Paz era un cursi y yo que ya andaba con la voluntad en la piel me acerqué a ti por detrasito y te abracé, mi mano acarició tu pancita como si de las yemas se me escapara tu ombligo; dije: qué chingaos me importa Paz, a mí déjame en paz este fuego que me prende… y me fui pegando a tu cuerpo con ansia de desnudarte ahí mismo; debajito de mi pelvis el diablo que pulsaba su sangre, y luego Dios en forma de nalgas que intermitentemente lo controlaba a golpecitos. Qué cosa tan maravillosa es la naturaleza; sentía, aun con el pantalón, cómo apretadito podía caber en ese paraíso glúteo. Me gustaba oírte mientras respirabas como si pesara el aire y te besaba el cuello, así, chiquito el beso y grande la reacción del cuerpo. Recuerdas, con tu mano me guiabas a tus senos tan firmes y redonditos, tu pezón henchido y mis dedos sutiles en la vorágine a diestra y siniestra. Yo quería morderte. Tu otra mano me acompañaba en el juego de los sueños líquidos. Qué buscamos en ese sitio que para hallarlo hay que hacerlo escurrir sus mieles de mar, profundo mar. ¡Agárrame! Te dije y tú fina como otras veces lo habías hecho metiste tu mano; quizá fue el momento, pero hasta la fecha no recuerdo puño más hábil que el tuyo. Recuerdo que gustabas de brindar la caricia más suave sobre mi miembro cuando esa baba seductora dentro de sí se escurría. Recuerdo que una parte de ti se me fue como un río picado en su bravura y qué pena, tuvimos que buscar un sanitario; a tu pantalón le pusimos mi sudadera como falda para disimular, porque la mancha acuosa y delatora también iba dejando su rastro en el aire. No recuerdo bien si caminamos hacia Independencia, pero en algún lugar tomamos un taxi; 45 pesos, qué caro era el transporte; sin temor del mundo nos fuimos hasta tu casa en donde qué importaba si estaban tus padres, los hechos consumados no debían preocuparnos.
            Sabrá Dios qué envidias tiene la gente y qué tan aburrida pueda ser su vida como para meterse en la de otras personas. Que si las costumbres, la moral, que si empiezan a decir cosas por la calle, que si los conocidos de la familia, la escuela, que qué importa. La felicidad cuando viene de muy adentro incomoda a quienes nunca la han disfrutado o a quienes creen que su forma de disfrutar es la correcta. Mal a quién hicimos. Recuerdas que te prohibieron verme, que te prohibieron amarme, que al final de cuentas le dieron el visto bueno al ex. Ahora no sé si por fuerza o por resignación terminaste aceptándolo en tu vida. Yo recuerdo tu carta: podrán prohibirme verte y amarte, pero en mi mente nadie te ha prohibido, cada noche que ame serás tú… Así lo he pensado muchas veces, incluso ahora. Quizá tú nunca lo has pensado ya.
            A veces imagino nuestros tiempos en paralelo. Tú pudiste dormir en mis infantiles brazos aún recién nacida, y sin habernos amado. Tú posiblemente apenas si podías caminar cuando yo galantemente daba mi primer beso, y sin habernos amado. Tú jugar con el maquillaje con las amigas del segundo año y yo escogiendo esa carrera que al final nos reuniría. Yo graduándome de la universidad y tú en la fiesta de las primaveras. Y sin habernos amado. Sin embargo los caminos de Dios son misteriosos; que nos conociéramos, que descubriéramos tener una atracción vedada, que nos amáramos sinceramente a pesar de la gente; nada tenía explicación en esta sociedad, porque la sociedad acepta todo siempre y cuando no le pase para dentro de sus familias. Y a pesar de ello nos amamos. Recuerdas que te busqué; fui más un perro que un hombre por esos días. Anduve muy triste por las calles hasta que meses después me encontraron tirado en Nacozari y llevaron a casa. Ya no sonreía, no quería ir al trabajo, la vida me era un mal necesario que desgraciadamente no me consumía con la velocidad que hubiese querido. Yo sabía que estabas por ahí y te buscaba, aunque también sabía que para alguien como tú iba a ser más fácil reencontrar la felicidad, porque la juventud todo puede sanar. Yo en cambio ya nada pude; una maldición cayó en mis palabras que siempre evocaban algo de ti.  Hablaba sólo, mis sobrinos preguntaban: con quién habla tío, y mis hermanas con lágrimas en los ojos les decían: no lo molesten, vénganse para acá.

            Te busqué, recuérdalo, por favor. Tu familia empeñada en ocultarte, en hacer de tu voz un misterio, en guardarte. Y mira dónde te voy encontrando, inmóvil a mis pies. La tierra te separa de mí, de mis caricias, de mis abrazos, de mis besos, hasta de mis lágrimas. A dónde acabó el cuidado de tu familia si aquí, en donde ellos te han olvidado, yo vengo a recordarte todos los años en 7 de diciembre, vengo a pensar en la vida que pudimos tener, en la felicidad marchita, en nuestros hijos muertos, en la hipocresía de la gente que acabó con lo nuestro, en nuestros diez lastimeros años de diferencia que escandalizaron a los pobres de amor. Vengo a verte, a oírte, a quererte otra vez, a que me escuches, a ofrecerte mi amor incorrupto, honesto y sincero, interrumpido un 11 de abril de hace ya 40 años. Oh, Sarai, perdónalos, porque yo ni morirme puedo y ya nada puedo.


Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), La Femme: La mujer de Abraham (Colección inédita de cuentos)