jueves, 28 de abril de 2016

La voz de la Letra

En 1997, cuando se estrenara el cortometraje “Los colores del arco iris” de la cineasta Gabriela G., la publicación independiente de un libro en la ciudad de Puebla causó revuelo. El título decía: “La voz de la letra”; me es difícil ahora explicarles cómo se presentaba aquél, puesto que el programa que utilizo para escribir no me permite caracterizarlo pero, aunque lo mejor hubiese sido anexarlo para que pudieran verlo, intentaré describirlo: el artículo junto con el sustantivo “voz” formaban una curva que variaba la tipografía del número 12, ascendía en la letra media a la 36, aproximadamente, y culminaba en la 72, era como si el autor quisiere dar un énfasis entre la “o” y la “z”; el complemento adnominal descendía a partir de la 36 hasta la 12; si había punto éste era imperceptible a simple vista. Llamada mi atención ya sobre el contenido del libro, me limité a comprarlo con un dejo de desaire, sin embargo, había despertado en mí tremenda curiosidad que temblaron mis manos cuando me lo entregaron.
            Fue en diciembre cuando lo leí. El autor (Emilhio Cabanhas) de descendencia brasileña y residente en México desde las Olimpiadas, realizaba un estudio minucioso acerca del papel de la escritura en los hechos del lenguaje: “mal reflejo del habla” le debatía a Saussure. Aunque estaba de acuerdo en que era imposible desarrollar en ese momento un sistema gráfico que no fuese un reflejo del habla sino ella, es decir, que no fuese la manifestación de algo en otra cosa sino ser en sí misma lo otro; también creía en la posibilidad de que la lengua escrita recobrase importancia dentro de los estudios lingüísticos. Antes de terminar el libro, en el capítulo 3, se hacía una advertencia a pie de página: “En el próximo volumen la propuesta de este sistema de escritura”. El 7 de junio del siguiente año dejó de existir la librería en que compré este libro, el volumen II nunca salió.
            Años más tarde, ya en el nuevo milenio, caminando por el callejón del Carolino me encontré en un local de antigüedades con unas hojas viejas y carcomidas por el tiempo. A pesar de estar la letra en manuscrita pude reconocer el nombre de quien las escribió: Emilhio Cabanhas. Ideas sueltas, hojas sin numeración y algunos que otros tachones limitaban el reconocimiento de la idea central. No obstante, tras algunos días de analizarlas, descubrí su contenido: “Assim como a mesma fala tem uma forma e uma substância, a escritura também tem suas próprias, então, existe a possibilidade de reconhecer na língua escrita quem tem falando, se é um homem ou uma mulher e, ao mesmo tempo, saber a tonalidade e o volume da pessoa que fala-nos na escrita”. Sí, era cierto; en las mismas hojas se describía la investigación realizada y, además, se mencionaban a sus colaboradores.
El Maestro Cabanhas había determinado los volúmenes en que las personas hablan y les había asignado un número en el tamaño de la letra, así el más bajo que halló fue el que representó con la tipografía de 8 puntos, que era hablar casi en silencio, como el bisbiseo de un secreto; y el más alto fue el representado con la tipografía de 72 puntos, como un grito. Si la voz era aguda la letra se angostaba, si era grave se ensanchaba. Decía: “A maior parte das mulheres têm uma voz aguda, e maior parte dos homens têm-na grave, é assim que a tipografia pode-nos dar conta de quem fala nas novelas de romance ou nos textos de ciência”. Incluía un apartado sobre los alófonos, los que dejaba de lado puesto que los fines prácticos de la investigación le hicieron dar testimonio de que en cualquiera de las lenguas los hablantes reconocen los sonidos que la constituyen sin centrar la atención en las posibles variaciones que estos pudieren tener.
Ahora entendía el título de su primer libro, era un llamado, un grito que pretendía resonar en nuestros oídos para poner nuestra atención sobre la escritura: “la voz de la letra”. Era evidente, cuando leía el título escuchaba la misma voz del autor, su acento, la intensidad con que me hablaba, incluso se notaba que había perdido un poco del portugués. Aunque en su momento no reparé en la forma en que estaba escrito el libro, en esa irregularidad de las letras que irrumpían la armonía de mis ojos, ahora sabía que todas esa variaciones tipográficas que hubo en todo él obedecían a una propuesta por de más aventurada, mas trascendental. En las hojas sueltas que había dejado se encontraba una comparación hecha por uno de sus colaboradores: “los brasileños (señalaba) presentan en sus transcripciones formas curvas bien definidas, regulares y cortas que semejan el tránsito de una serpiente; los mexicanos, en cambio, presentan curvas más largas con picos elevados de entonación y en cada final o pausa de habla, permanecen en un mismo nivel para descender lentamente a 8, como si fuera el vuelo de un águila”. La hipótesis del colaborador: la escritura también puede dar muestra del trasfondo cultural del hablante, según las formas de aquella podría uno saber el origen de los autores.
Otro de sus colaboradores decía que los buenos autores podrían, entonces, reconocerse por el buen manejo de los personajes, puesto que implicaba crear nuevas maneras de hablar y nuevas culturas que concordarán con lo escrito; así, la destreza para crear polifonía en un cuento o una novela era directamente proporcional con el grado de asimilación que tuviera el autor con los personajes que creara. Hubo uno que, partiendo de esta teoría, pudo reconocer un plagio en la tesis de un estudiante: “las transcripciones apuntaban a una escritura diferente, el orden de las palabras y la construcción de sus ideas no eran de él, más parecían de alguien nacido en Chile”.
Hechos como estos, y otros más y diversos, en las hojas que debieron ser publicadas el año en que se prometía. Pero qué habrá sucedido con el Maestro Emilhio Cabanhãs, quién era, por qué su postura. Por qué publicar en la clandestinidad, será que existe algún tipo de resistencia por parte de los puristas de la lengua, o acaso el tema es absurdo y no vale la pena siquiera pensar en algo semejante.
Ayer que busqué las hojas y el libro, recordé que la misma noche en que terminara de leerlas, mi apartamento sufrió un pequeño incendio, nada grave, aunque lo único que se quemó fueron esos textos y el bote de la basura donde fueron a parar tras caerse del escritorio. Ya nada queda.

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: La voz de la letra (inédito)

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