En
1997, cuando se estrenara el cortometraje “Los colores del arco iris” de la
cineasta Gabriela G., la publicación independiente de un libro en la ciudad de
Puebla causó revuelo. El título decía: “La voz de la letra”; me es difícil
ahora explicarles cómo se presentaba aquél, puesto que el programa que utilizo
para escribir no me permite caracterizarlo pero, aunque lo mejor hubiese sido
anexarlo para que pudieran verlo, intentaré describirlo: el artículo junto con
el sustantivo “voz” formaban una curva que variaba la tipografía del número 12,
ascendía en la letra media a la 36, aproximadamente, y culminaba en la 72, era como
si el autor quisiere dar un énfasis entre la “o” y la “z”; el complemento
adnominal descendía a partir de la 36 hasta la 12; si había punto éste era
imperceptible a simple vista. Llamada mi atención ya sobre el contenido del
libro, me limité a comprarlo con un dejo de desaire, sin embargo, había
despertado en mí tremenda curiosidad que temblaron mis manos cuando me lo
entregaron.
Fue en diciembre cuando lo leí. El
autor (Emilhio Cabanhas) de descendencia brasileña y residente en México desde
las Olimpiadas, realizaba un estudio minucioso acerca del papel de la escritura
en los hechos del lenguaje: “mal reflejo del habla” le debatía a Saussure.
Aunque estaba de acuerdo en que era imposible desarrollar en ese momento un
sistema gráfico que no fuese un reflejo del habla sino ella, es decir, que no
fuese la manifestación de algo en otra cosa sino ser en sí misma lo otro;
también creía en la posibilidad de que la lengua escrita recobrase importancia
dentro de los estudios lingüísticos. Antes de terminar el libro, en el capítulo
3, se hacía una advertencia a pie de página: “En el próximo volumen la
propuesta de este sistema de escritura”. El 7 de junio del siguiente año dejó
de existir la librería en que compré este libro, el volumen II nunca salió.
Años más tarde, ya en el nuevo
milenio, caminando por el callejón del Carolino me encontré en un local de
antigüedades con unas hojas viejas y carcomidas por el tiempo. A pesar de estar
la letra en manuscrita pude reconocer el nombre de quien las escribió: Emilhio
Cabanhas. Ideas sueltas, hojas sin numeración y algunos que otros tachones
limitaban el reconocimiento de la idea central. No obstante, tras algunos días de analizarlas,
descubrí su contenido: “Assim como a
mesma fala tem uma forma e uma substância, a escritura também tem suas próprias,
então, existe a possibilidade de reconhecer na língua escrita quem tem falando,
se é um homem ou uma mulher e, ao mesmo tempo, saber a tonalidade e o volume da
pessoa que fala-nos na escrita”. Sí, era cierto; en
las mismas hojas se describía la investigación realizada y, además, se
mencionaban a sus colaboradores.
El Maestro Cabanhas había determinado los volúmenes en que
las personas hablan y les había asignado un número en el tamaño de la letra,
así el más bajo que halló fue el que representó con la tipografía de 8 puntos,
que era hablar casi en silencio, como el bisbiseo de un secreto; y el más alto
fue el representado con la tipografía de 72 puntos, como un grito. Si la voz
era aguda la letra se angostaba, si era grave se ensanchaba. Decía: “A maior parte das mulheres têm uma voz aguda, e maior parte dos homens têm-na
grave, é assim que a tipografia pode-nos dar conta de quem fala nas novelas de
romance ou nos textos de ciência”. Incluía un apartado
sobre los alófonos, los que dejaba de lado puesto que los fines prácticos de la
investigación le hicieron dar testimonio de que en cualquiera de las lenguas
los hablantes reconocen los sonidos que la constituyen sin centrar la atención
en las posibles variaciones que estos pudieren tener.
Ahora entendía el título de su primer libro, era un
llamado, un grito que pretendía resonar en nuestros oídos para poner nuestra
atención sobre la escritura: “la voz de la letra”. Era evidente, cuando leía el
título escuchaba la misma voz del autor, su acento, la intensidad con que me
hablaba, incluso se notaba que había perdido un poco del portugués. Aunque en
su momento no reparé en la forma en que estaba escrito el libro, en esa
irregularidad de las letras que irrumpían la armonía de mis ojos, ahora sabía
que todas esa variaciones tipográficas que hubo en todo él obedecían a una
propuesta por de más aventurada, mas trascendental. En las hojas sueltas que
había dejado se encontraba una comparación hecha por uno de sus colaboradores:
“los brasileños (señalaba) presentan en
sus transcripciones formas curvas bien definidas, regulares y cortas que
semejan el tránsito de una serpiente; los mexicanos, en cambio, presentan
curvas más largas con picos elevados de entonación y en cada final o pausa de
habla, permanecen en un mismo nivel para descender lentamente a 8, como si
fuera el vuelo de un águila”. La hipótesis del colaborador: la escritura
también puede dar muestra del trasfondo cultural del hablante, según las formas
de aquella podría uno saber el origen de los autores.
Otro de sus colaboradores decía que los buenos autores
podrían, entonces, reconocerse por el buen manejo de los personajes, puesto que
implicaba crear nuevas maneras de hablar y nuevas culturas que concordarán con
lo escrito; así, la destreza para crear polifonía en un cuento o una novela era
directamente proporcional con el grado de asimilación que tuviera el autor con
los personajes que creara. Hubo uno que, partiendo de esta teoría, pudo
reconocer un plagio en la tesis de un estudiante: “las transcripciones apuntaban a una escritura diferente, el orden de
las palabras y la construcción de sus ideas no eran de él, más parecían de
alguien nacido en Chile”.
Hechos como estos, y otros más y diversos, en las hojas que
debieron ser publicadas el año en que se prometía. Pero qué habrá sucedido con
el Maestro Emilhio Cabanhãs, quién era, por qué su postura. Por qué publicar en
la clandestinidad, será que existe algún tipo de resistencia por parte de los
puristas de la lengua, o acaso el tema es absurdo y no vale la pena siquiera
pensar en algo semejante.
Ayer que busqué las hojas y el libro, recordé que
la misma noche en que terminara de leerlas, mi apartamento sufrió un pequeño
incendio, nada grave, aunque lo único que se quemó fueron esos textos y el bote
de la basura donde fueron a parar tras caerse del escritorio. Ya nada queda.
Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: La voz de la letra (inédito)
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