lunes, 4 de abril de 2016

La mujer de Abraham

Ya no te acuerdas, de verdad ya no recuerdas nada. Si puedes, ve mi rostro; sí, son ya varios años pero no he cambiado mucho, sigo siendo yo. Recuerdas la tarde que paseamos por el parque ecológico, no era muy tarde y decidimos entrar a la biblioteca, ahí entre sus anaqueles fue que nos conocimos en nuestra humedad. Tomaste un libro, creo que era de literatura universal, podría jurar que era el PQ 7298 P285 P67, eso yo no lo recuerdo bien. Leíste muy interesada: “Te amo por que no eres mía. Porque vives ajena a mí, ignorándome; por que tus sueños están poblados de imágenes que no comparto y porque sólo tengo, en ti, evidencia del mundo extraño.” Dijiste que Paz era un cursi y yo que ya andaba con la voluntad en la piel me acerqué a ti por detrasito y te abracé, mi mano acarició tu pancita como si de las yemas se me escapara tu ombligo; dije: qué chingaos me importa Paz, a mí déjame en paz este fuego que me prende… y me fui pegando a tu cuerpo con ansia de desnudarte ahí mismo; debajito de mi pelvis el diablo que pulsaba su sangre, y luego Dios en forma de nalgas que intermitentemente lo controlaba a golpecitos. Qué cosa tan maravillosa es la naturaleza; sentía, aun con el pantalón, cómo apretadito podía caber en ese paraíso glúteo. Me gustaba oírte mientras respirabas como si pesara el aire y te besaba el cuello, así, chiquito el beso y grande la reacción del cuerpo. Recuerdas, con tu mano me guiabas a tus senos tan firmes y redonditos, tu pezón henchido y mis dedos sutiles en la vorágine a diestra y siniestra. Yo quería morderte. Tu otra mano me acompañaba en el juego de los sueños líquidos. Qué buscamos en ese sitio que para hallarlo hay que hacerlo escurrir sus mieles de mar, profundo mar. ¡Agárrame! Te dije y tú fina como otras veces lo habías hecho metiste tu mano; quizá fue el momento, pero hasta la fecha no recuerdo puño más hábil que el tuyo. Recuerdo que gustabas de brindar la caricia más suave sobre mi miembro cuando esa baba seductora dentro de sí se escurría. Recuerdo que una parte de ti se me fue como un río picado en su bravura y qué pena, tuvimos que buscar un sanitario; a tu pantalón le pusimos mi sudadera como falda para disimular, porque la mancha acuosa y delatora también iba dejando su rastro en el aire. No recuerdo bien si caminamos hacia Independencia, pero en algún lugar tomamos un taxi; 45 pesos, qué caro era el transporte; sin temor del mundo nos fuimos hasta tu casa en donde qué importaba si estaban tus padres, los hechos consumados no debían preocuparnos.
            Sabrá Dios qué envidias tiene la gente y qué tan aburrida pueda ser su vida como para meterse en la de otras personas. Que si las costumbres, la moral, que si empiezan a decir cosas por la calle, que si los conocidos de la familia, la escuela, que qué importa. La felicidad cuando viene de muy adentro incomoda a quienes nunca la han disfrutado o a quienes creen que su forma de disfrutar es la correcta. Mal a quién hicimos. Recuerdas que te prohibieron verme, que te prohibieron amarme, que al final de cuentas le dieron el visto bueno al ex. Ahora no sé si por fuerza o por resignación terminaste aceptándolo en tu vida. Yo recuerdo tu carta: podrán prohibirme verte y amarte, pero en mi mente nadie te ha prohibido, cada noche que ame serás tú… Así lo he pensado muchas veces, incluso ahora. Quizá tú nunca lo has pensado ya.
            A veces imagino nuestros tiempos en paralelo. Tú pudiste dormir en mis infantiles brazos aún recién nacida, y sin habernos amado. Tú posiblemente apenas si podías caminar cuando yo galantemente daba mi primer beso, y sin habernos amado. Tú jugar con el maquillaje con las amigas del segundo año y yo escogiendo esa carrera que al final nos reuniría. Yo graduándome de la universidad y tú en la fiesta de las primaveras. Y sin habernos amado. Sin embargo los caminos de Dios son misteriosos; que nos conociéramos, que descubriéramos tener una atracción vedada, que nos amáramos sinceramente a pesar de la gente; nada tenía explicación en esta sociedad, porque la sociedad acepta todo siempre y cuando no le pase para dentro de sus familias. Y a pesar de ello nos amamos. Recuerdas que te busqué; fui más un perro que un hombre por esos días. Anduve muy triste por las calles hasta que meses después me encontraron tirado en Nacozari y llevaron a casa. Ya no sonreía, no quería ir al trabajo, la vida me era un mal necesario que desgraciadamente no me consumía con la velocidad que hubiese querido. Yo sabía que estabas por ahí y te buscaba, aunque también sabía que para alguien como tú iba a ser más fácil reencontrar la felicidad, porque la juventud todo puede sanar. Yo en cambio ya nada pude; una maldición cayó en mis palabras que siempre evocaban algo de ti.  Hablaba sólo, mis sobrinos preguntaban: con quién habla tío, y mis hermanas con lágrimas en los ojos les decían: no lo molesten, vénganse para acá.

            Te busqué, recuérdalo, por favor. Tu familia empeñada en ocultarte, en hacer de tu voz un misterio, en guardarte. Y mira dónde te voy encontrando, inmóvil a mis pies. La tierra te separa de mí, de mis caricias, de mis abrazos, de mis besos, hasta de mis lágrimas. A dónde acabó el cuidado de tu familia si aquí, en donde ellos te han olvidado, yo vengo a recordarte todos los años en 7 de diciembre, vengo a pensar en la vida que pudimos tener, en la felicidad marchita, en nuestros hijos muertos, en la hipocresía de la gente que acabó con lo nuestro, en nuestros diez lastimeros años de diferencia que escandalizaron a los pobres de amor. Vengo a verte, a oírte, a quererte otra vez, a que me escuches, a ofrecerte mi amor incorrupto, honesto y sincero, interrumpido un 11 de abril de hace ya 40 años. Oh, Sarai, perdónalos, porque yo ni morirme puedo y ya nada puedo.


Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), La Femme: La mujer de Abraham (Colección inédita de cuentos)

No hay comentarios:

Publicar un comentario