Ya no te acuerdas, de verdad ya no recuerdas nada. Si puedes, ve mi
rostro; sí, son ya varios años pero no he cambiado mucho, sigo siendo yo.
Recuerdas la tarde que paseamos por el parque ecológico, no era muy tarde y
decidimos entrar a la biblioteca, ahí entre sus anaqueles fue que nos conocimos
en nuestra humedad. Tomaste un libro, creo que era de literatura universal,
podría jurar que era el PQ 7298 P285 P67, eso yo no lo recuerdo bien. Leíste
muy interesada: “Te amo por que no eres
mía. Porque vives ajena a mí, ignorándome; por que tus sueños están poblados de
imágenes que no comparto y porque sólo tengo, en ti, evidencia del mundo
extraño.” Dijiste que Paz era un cursi y yo que ya andaba con la voluntad
en la piel me acerqué a ti por detrasito y te abracé, mi mano acarició tu
pancita como si de las yemas se me escapara tu ombligo; dije: qué chingaos me importa
Paz, a mí déjame en paz este fuego que me prende… y me fui pegando a tu cuerpo
con ansia de desnudarte ahí mismo; debajito de mi pelvis el diablo que pulsaba
su sangre, y luego Dios en forma de nalgas que intermitentemente lo controlaba
a golpecitos. Qué cosa tan maravillosa es la naturaleza; sentía, aun con el
pantalón, cómo apretadito podía caber en ese paraíso glúteo. Me gustaba oírte
mientras respirabas como si pesara el aire y te besaba el cuello, así, chiquito
el beso y grande la reacción del cuerpo. Recuerdas, con tu mano me guiabas a
tus senos tan firmes y redonditos, tu pezón henchido y mis dedos sutiles en la
vorágine a diestra y siniestra. Yo quería morderte. Tu otra mano me acompañaba
en el juego de los sueños líquidos. Qué buscamos en ese sitio que para hallarlo
hay que hacerlo escurrir sus mieles de mar, profundo mar. ¡Agárrame! Te dije y
tú fina como otras veces lo habías hecho metiste tu mano; quizá fue el momento,
pero hasta la fecha no recuerdo puño más hábil que el tuyo. Recuerdo que
gustabas de brindar la caricia más suave sobre mi miembro cuando esa baba
seductora dentro de sí se escurría. Recuerdo que una parte de ti se me fue como
un río picado en su bravura y qué pena, tuvimos que buscar un sanitario; a tu
pantalón le pusimos mi sudadera como falda para disimular, porque la mancha
acuosa y delatora también iba dejando su rastro en el aire. No recuerdo bien si
caminamos hacia Independencia, pero en algún lugar tomamos un taxi; 45 pesos,
qué caro era el transporte; sin temor del mundo nos fuimos hasta tu casa en
donde qué importaba si estaban tus padres, los hechos consumados no debían
preocuparnos.
Sabrá Dios qué envidias
tiene la gente y qué tan aburrida pueda ser su vida como para meterse en la de
otras personas. Que si las costumbres, la moral, que si empiezan a decir cosas
por la calle, que si los conocidos de la familia, la escuela, que qué importa.
La felicidad cuando viene de muy adentro incomoda a quienes nunca la han
disfrutado o a quienes creen que su forma de disfrutar es la correcta. Mal a
quién hicimos. Recuerdas que te prohibieron verme, que te prohibieron amarme,
que al final de cuentas le dieron el visto bueno al ex. Ahora no sé si por
fuerza o por resignación terminaste aceptándolo en tu vida. Yo recuerdo tu
carta: podrán prohibirme verte y amarte,
pero en mi mente nadie te ha prohibido, cada noche que ame serás tú… Así lo
he pensado muchas veces, incluso ahora. Quizá tú nunca lo has pensado ya.
A veces imagino
nuestros tiempos en paralelo. Tú pudiste dormir en mis infantiles brazos aún
recién nacida, y sin habernos amado. Tú posiblemente apenas si podías caminar
cuando yo galantemente daba mi primer beso, y sin habernos amado. Tú jugar con
el maquillaje con las amigas del segundo año y yo escogiendo esa carrera que al
final nos reuniría. Yo graduándome de la universidad y tú en la fiesta de las
primaveras. Y sin habernos amado. Sin embargo los caminos de Dios son
misteriosos; que nos conociéramos, que descubriéramos tener una atracción
vedada, que nos amáramos sinceramente a pesar de la gente; nada tenía
explicación en esta sociedad, porque la sociedad acepta todo siempre y cuando
no le pase para dentro de sus familias. Y a pesar de ello nos amamos. Recuerdas
que te busqué; fui más un perro que un hombre por esos días. Anduve muy triste
por las calles hasta que meses después me encontraron tirado en Nacozari y
llevaron a casa. Ya no sonreía, no quería ir al trabajo, la vida me era un mal
necesario que desgraciadamente no me consumía con la velocidad que hubiese
querido. Yo sabía que estabas por ahí y te buscaba, aunque también sabía que
para alguien como tú iba a ser más fácil reencontrar la felicidad, porque la
juventud todo puede sanar. Yo en cambio ya nada pude; una maldición cayó en mis
palabras que siempre evocaban algo de ti.
Hablaba sólo, mis sobrinos preguntaban: con quién habla tío, y mis hermanas con lágrimas en los ojos les
decían: no lo molesten, vénganse para acá.
Te busqué, recuérdalo,
por favor. Tu familia empeñada en ocultarte, en hacer de tu voz un misterio, en
guardarte. Y mira dónde te voy encontrando, inmóvil a mis pies. La tierra te
separa de mí, de mis caricias, de mis abrazos, de mis besos, hasta de mis
lágrimas. A dónde acabó el cuidado de tu familia si aquí, en donde ellos te han
olvidado, yo vengo a recordarte todos los años en 7 de diciembre, vengo a
pensar en la vida que pudimos tener, en la felicidad marchita, en nuestros
hijos muertos, en la hipocresía de la gente que acabó con lo nuestro, en
nuestros diez lastimeros años de diferencia que escandalizaron a los pobres de
amor. Vengo a verte, a oírte, a quererte otra vez, a que me escuches, a
ofrecerte mi amor incorrupto, honesto y sincero, interrumpido un 11 de abril de
hace ya 40 años. Oh, Sarai, perdónalos, porque yo ni morirme puedo y ya nada
puedo.
Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), La Femme: La mujer de Abraham (Colección inédita de cuentos)
Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), La Femme: La mujer de Abraham (Colección inédita de cuentos)
No hay comentarios:
Publicar un comentario