miércoles, 20 de abril de 2016

Tras los ojos de Borges

La inimaginable obra de Jorge Luis Borges, planteada así de principio, inunda hoy las bibliotecas y la literatura mundial. Lecturas como Sur, El milagro secreto, La escritura del Dios, entre otras, han hecho adeptos alrededor del mundo hispano y aun más allá de las fronteras lingüísticas; sin embargo, no podríamos adentrarnos al análisis de cualquiera de estos textos sin conocer la vida del autor. Por demás es sabido que contextualizar al autor en su “aquí y ahora” daría respuestas del por qué su escrito es de tal cual forma y cómo es que se estructura a partir de la influencias anteriores. Pero quién es realmente Borges.
            En la década de los 60’s, el maestro Emilho Cabanhas se dedicó a investigar la vida de este autor, y como muchos otros lectores-investigadores se le hacía imprescindible conocer tanto al autor, como el lugar en donde vivió. Excitado ya por la aventura en la que se embarcaría, partió de su natal Brasil hacia La Argentina con el ánimo casi sobrenatural de revisar los lugares alguna vez pisados por éste grande de la literatura. Durante su viaje realizado en tren leía el libro Ficciones para reelaborarse los planteamientos teóricos que sustentarían su tesis sobre “La estructura discursiva de los relatos Borgeanos[1]” que pronto iría a defender ante la Academia Brasileña de Estudios Literarios.
            No fue sino hasta su lectura de Examen de la obra de Herbert Quain que pudo notar una diferencia significativa entre la primera vez que lo leyó y ésta su vigésima segunda ocasión. Efectivamente, el propio texto era un ejemplo claro de lo que exponía. Supuso entonces que la bifurcación de las lecturas se debía a la interpretación y actualización que hace el lector de los textos a partir de su bagaje cultural, por esto, la primera vez que leyó el libro sintió un escalofrío recorrer su cuerpo por la simple razón de no tener una experiencia anterior a los relatos, mientras que en esta última se veía influido por todos los análisis estilísticos y hermenéuticos que había realizado durante la licenciatura.
            Cuenta el mismo Cabanhas en sus Crônicas dum mundo de ficção[2] haber encontrado a Borges en el tren donde viajaba. Decía: “La imagen de la foto que tomara Zardoya estaba viva y caminaba por los vagones pidiendo los boletos para asegurarse de que no hubiera ningún polizonte[3] (CABANHAS, 1985: 22). No obstante, el maestro se percató de esto hasta que el supuesto Borges se había ido de su cabina. Sorprendido por un paroxismo incontrolable, recorrió cada una de ellas hasta encontrarlo y le llamó: ¡Borges! Pero no era él. Absorto por tan inexplicable suceso revisó cada cinco minutos la fotografía que estaba en el libro. Al regreso, el checador le dijo que algunos años atrás había sido invitado por unos señores a una sesión de fotos para presentar un catálogo de trajes sastre. Abrió nuevamente su libro y notó que faltaban algunas palabras.
            Al llegar a La Argentina se propuso visitar al gran amigo de Jorge, no sin antes ir a la biblioteca donde estuvo trabajando. Olvidado ya lo sucedido en el tren, esperó hasta que alguien pudiera recibirlo y contarle algunas cosas sobre el escritor que pudieran ampliar la perspectiva que tenía del mismo en el ámbito laboral como cualquier humano. Luego de más de tres horas platicando, el bibliotecario le enseñó un libro que le había dedicado cuando descubrió que era él el afamado escritor. Nada, absolutamente nada. Ni la firma ni el nombre, ni siquiera la fecha en que supuestamente lo firmara. Le estaba tomando el pelo. Ante el enojo del señor el maestro Cabanhas tuvo que salir rápidamente de ahí, no obstante, la intriga creció más todavía pues cada vez que revisaba su libro éste perdía más y más palabras. Hasta ese momento le era inexplicable todo cuanto sucedía.
            Llegando con su principal informante descubrió que éste tenía una colección basta de fotografías de Borges y entre ellas la que estaba en el libro. Cuando apareció el anfitrión refirió todo cuanto le había acontecido sin omitir detalle alguno. Un silencio sobrevino. El maestro esperó alguna respuesta. Borges no existe. Dijo: Borges no existe. Revisó nuevamente su libro y estaba en blanco, sólo la foto, la portada, el nombre del autor, de la editorial, el título y la numeración de página se conservaban. Todo lo demás no existía, ningún cuento había sido impreso. Pero qué ha sucedido preguntó Emilho. Simplemente se trataba de una ficción.
            La sencillez de los escritores argentinos promovió entre ellos la idea Nietszcheana de un súper-escritor, y entre Silvina Ocampo y Bioy Casares crearon la imagen de Jorge Luis Borges. Lentamente la mentira se reprodujo en los círculos literarios hasta alcanzar el grado de verdad. Al poco tiempo, no sólo los escritores creían en la existencia de él, sino también la población. Luego los escritores del mundo.
            El maestro Emilho Cabanhas reelaboró su investigación sin cambiarle el título para no atentar contra las élites literarias. Sin embargo, logró descubrir cómo podíamos leer todos lo mismo con mínimas modificaciones superficiales. Primero: o la construcción psicológica de Borges estaba hecha de tal manera que no podría ser diferente a la que conocemos, o bien, no nos había sido posible imaginar una donde el escritor no mienta en lo que escribe; de éstas la primera se presenta como la más real. Segundo: las ideas borgeanas no pertenecen a ningún autor, sin querer decir con esto que son irreales, lo que sucede es que se presentan de forma arquetípica a niveles infra-inconscientes, de donde recuperamos la historia y la representamos en nuestro consciente, es decir, la historia ya nos pertenece pues forma parte de un proyecto literario más trascendental y genético. Tercero: la mentira, o en este caso la ficción, representa un espacio antes no colmado por los mismos autores, podían ficcionalizar para otras personas pero no se habían dejado sorprender por una mentira que motivara en ellos la producción y la satisfacción de ansias literarias. El maestro Cabanhas planteó que la representación común que teníamos de texto escrito podía explicarse mediante el ejemplo de un conductor en la carretera: cuando él dirige el auto por unos 50 km. piensa que mantiene los ojos en la carretera por todo el trayecto, pero no es así, es víctima de una ilusión, parpadea tanto que realmente ha viajado con los ojos cerrados por más de 48 km. Entonces, la vista anticipa y reconstruye lo que no ha visto. Así, los libros de Borges parten de una idea generativa que nos permiten concretar en texto escrito aquello que aún no hemos visto.
            Con lo anterior, Emilho Cabanhas logra comprobar que este afamado escritor no es más que una simple vacilación entre lo que deseamos ver como literatura y aquello que no tenemos. Cuando presentó su investigación, sin pena ni gloria, la Academia rechazó la negación de la existencia de Jorge Luis Borges puesto que ellos seguían viéndolo, pero su investigación no fue rechazada del todo, aún continúa en las frías salas de la Biblioteca Nacional de Brasil. Para 1968 el maestro abandonó el país definitivamente; relatos de compañeros con los que laboró cuentan que viajó a México para ver las olimpiadas. Hoy, poco se sabe de él. Hay quienes afirman que es una invención de Borges.


Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Tras los ojos de Borges (inédito).


[1] El esbozo de esta tesis ahora sólo se encuentra en la Biblioteca Nacional de Brasil en Rio de Janeiro; el acceso está restringido al público en general puesto que muchas de las investigaciones fueron sustraídas en años anteriores e incluso, hoy en día, son robadas por el propio personal para la venta en el mercado negro de la literatura. El permiso para acceder lo otorga la Academia a quienes comprueben que están desarrollando investigaciones literarias con respecto a los documentos ahí ubicados, sin embargo, existe un catálogo de los mismos consultable en la universidad de Río.
[2] CABANHAS, Emilho. (1985). Crônicas dum mundo de ficção. Portugal: Caminho: o campo da palavra.
[3] Traducción de René Bautista C.

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