Hoy en día existen infinidad de programas
instalados en las computadoras que nos facilitan nuestro quehacer científico,
sin embargo, el más ingenioso de todos es el que inventara Alessandro Sessera
en los años noventa.
Cuando
aún era estudiante, colaboró con grandes maestros y doctores de la informática,
desarrollando un dispositivo que codificó y decodificó información para poder
enviarla a través de las instalaciones eléctricas. La finalidad de esto era que,
toda persona en el país pudiera acceder a la información mediante un sistema
alterno a la Internet, con lo cual podría impulsarse el desarrollo, tanto
tecnológico, como intelectual de la población. Argumentos de sobra hubo para
promover este proyecto: la mayoría de la población tiene una conexión, la
transmisión de los datos sería más rápida, eficaz y de mejor calidad, etc.
Aunque, como es sabido, en este país basta un “no” desde los altos mandos para
estancarnos en la mediocridad.
Siendo
un hombre profundamente comprometido, extrovertido y con amplios deseos de
hacer un beneficio a la sociedad, dejó los laboratorios de la universidad para
unirse al no poco numeroso grupo de inter-nautas que burlan los códigos de
seguridad de grandes usureros cibernéticos. Durante algunos meses desarrolló
programas para descargar películas, música, juegos y más; a diferencia de
otros, los suyos trabajaban más rápido puesto que partían de la hipótesis
llamada “microfragmentación”, la cual supone que un todo puede dividirse y
subdividirse hasta niveles infinitesimales. Él mismo decía que sus programas
funcionaban como un embudo: “si la
información es muy grande difícilmente pasará por un espacio reducido, ahora bien,
si la fragmentamos lo suficiente ésta cabrá sin problemas”. Gracias a sus
numerosos y diversos programas era buscado en más de 10 países por piratería
(excepto en el suyo), aunque en los sótanos del Mercado Hidalgo, los locales
del Centro y los de la Fayuca, ya comenzaban a ponerle su altar, tanto por
buenas ventas como por la oportunidad de tener un trabajo.
En
la segunda mitad de los noventa, cuando ya su fama era casi culto, un
investigador de la Universidad del Estado procuró su paradero buscando en los
mercados, los tianguis, bazares… pero nadie se atrevía a delatarlo. Después de
algunos meses de obstinada persecución el maestro Cabanhas dio por terminada su
búsqueda, pero la noche del 22 de agosto recibió un correo electrónico anónimo
que lo citaba en el sótano del local 50, del centro comercial Jorge Murad. Era
él.
Cuando
entró había sobre la pared varios monitores que aún no estaban a la venta en el
país. Una luz blanca parpadeante marcaba el tiempo en que la vida de Sessera se
movía. El escritorio de madera tenía la pantalla más grande que jamás se haya visto
reposando horizontalmente, no había indicios de que utilizara teclado, ratón o
CPU. Unas crenchas como el mecate caían desde su cabeza hasta la cintura; su
mirada detrás de los lentes era metódica e inquisidora. Cabanhas podía sentir
temblar su cuerpo.
Escribir
como se habla, éste era el objetivo, para eso lo estuvo buscando. Sessera había
dedicado algunos años a dos proyectos similares; uno sólo escribía mientras se
hablaba frente al micrófono; el otro, mediante un lector óptico, lograba
transcribir cualquier escrito a mano al procesador de textos de la computadora.
Así, hay quienes suponen que sólo modificó alguno de los dos programas, y otros
afirman que tal vez los complementó. No obstante, es imposible saberlo a
ciencia cierta porque nadie nunca ha encontrado dicho programa. Lo cierto es
que su investigación para desarrollar aquel programa lo condujo a su creación
máxima, que le ganara toda la fama de que hoy goza y le dejara una fortuna, presumible
y calculable, mayor a la del explotador de los teléfonos.
Primero,
logró identificar los tonos máximos opuestos producibles por el aparato fonador
humano, tanto los naturales como los falsos. Luego, partiendo de la misma
hipótesis de sus programas, calculó los timbres producidos mil años atrás y
producibles mil y un años en el futuro. Descubrió que el estado de ánimo y de
salud determinaba el color de la voz y su frecuencia, y que ésta última afectaba
de diferentes modos al cerebro humano sin que llegase, necesariamente, al
umbral del dolor. Con todo este conocimiento creó el mayor de todos los
inventos conocidos por el hombre. Hizo de la música una droga, dependiendo de
los efectos que se quisieren tener bastaba con ajustar las frecuencias, timbres,
colores de voz y tonos para relajarse o activarse.
La
primera vez que se pudieron observar los efectos de este programa fue en un bar
de los Sapos, donde los asistentes terminaron con síntomas propios de fumar
hachís, sin embargo, nadie acabó en la cárcel porque en realidad nadie estaba
intoxicado. Se sabe que la mayoría de los narcos intentaron pagar cantidades
enormes de dinero por tener una copia del programa, pero Sessera no vendió nada.
Hoy en día ha disminuido el número de adictos a las drogas duras y ha aumentado
el número de personas que prefieren explorar su conciencia gracias a Alessandro
Sessera.
Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Alessandro Sessera (inédito).