viernes, 27 de mayo de 2016

La lengua de Panini

A Banju Pretikov

Los sistemas de escritura se han conformado a través de los años como representaciones no unívocas entre grafemas y fonemas, sin embargo, gracias a su estudio podemos conocer la evolución que han tenido las lenguas. Por ejemplo, podemos entender que la evolución de los sistemas logográficos (representaciones silábicas por un signo) ha devenido en sistemas alfabéticos (donde signo es a fonema), los cuales permiten relaciones transparentes entre sus unidades acústicas y gráficas. De igual modo podemos notar cómo surgen nuestras palabras de sus antecesoras latinas, específicamente del acusativo, como lobo de lupus o vida de vita.
            Así pues, con este conocimiento, la teoría justa y la voluntad suficiente para hacer un modelo de aprendizaje de L2 revolucionario, basta para que cualquier teórico de la lengua pueda sobresalir en la historia universal humana. Sabemos, hoy en día, que la conciencia fonológica de los hablantes nos lleva a obtener resultados estériles en nuestras pretensiones de enseñanza-aprendizaje de una segunda lengua; no obstante, si nunca hubiéramos conocido la teoría de Banjû le Memoirité, nos sería imposible todo conocimiento profundo sobre ellas. Durante sus años en la universidad estudió la evolución de los sistemas de escritura, así como sus posibles motivaciones culturales que los hicieran surgir. Estudió y fue co-creador de la teoría del Círculo de los Mutantes que afirma de nuestra mente, el contener todas las repuestas. Gracias a esos estudios fue que pudo formular su teoría y modelo sobre aprendizaje de L2.
            Primero, había que reconocerse como producto de un pasado catastrófico y nunca remediable, también como el abandono de ese mismo pasado y el acogimiento continuo del presente. Había que ser consciente de que toda pretensión al conocimiento es una pretensión hedonista, es decir, si la ignorancia se presenta como el extremo negativo de la voluntad para conocer, el deseo por conocer más allá de la necesidad innata del ser humano es mera vanagloria. De igual modo, había que aceptar que el destino existe como producto de la probabilidad y que pese a ello es incalculable. Había que ser lúcidos sobre el hecho de que si existe Dios no es un problema capital para el hombre, puesto que si está dado en el mundo y es finito no importa nuestro quehacer, él es inmutable. Finalmente había que estar convencidos de la teoría de la “Evocación Mental” para facilitar nuestro aprendizaje de L2.
       Banjû le Memoirité realizó varios experimentos de los que destacan los realizados a hispanoparlantes, quines lograron hacer un recorrido histórico-mental y, evitando todo rigor gramatical, aprendieron a hablar, algunos, francés, italiano y latín. Otros, por las pretensiones individuales y la amplia conciencia histórica, aprendieron en un primer estadio español antiguo, galo-portugués, aragonés, leonés, catalán, entre otras lenguas. De hecho hubo muchos resultados gracias a las diferentes formas en que podían interpretarse los principios que se postulaban para el aprendizaje de una segunda lengua.
            Aun así, el resultado más sorprendente fue el del mismo Banjû. Pudo distinguir los sonidos inarticulados de la comunicación animal y les asignó un signo para interpretarlos; además comparó esos sistemas con el de la lengua y estableció puntos semánticos de convergencia. En cuanto a las lenguas naturales aprendió español de la época de Cervantes, fue capaz de leer las Novelas Ejemplares y el Quijote sin titubear en el vocabulario y sin necesitar de las notas al pie de página, que algunas ediciones actuales presentan; habló inglés como si lo hubiese aprendido de Shakespeare, griego de la época de Homero, latín de Octavio, francés de Víctor Hugo, provenzal de Dante, celta Thoriano, alemán, eslavo, ruso, árabe de Tarif ibn Malluk; aprendió ladino, egipcio, bantú, hebreo, arameo, mongol, hindú, tai, lao, birmano. Y fue tal la ayuda de su modelo que logró conectar a las lenguas del indoeuropeo con las amaríndias en un pasado común y así habló: nahuatl, mixteco, otomí, zoltzal, záa, Cluj, cucapá, ayook, maya... El conocimiento que hubo obtenido le permitió descifrar con certeza los libros vedas y el Sojar, el Popol Vhu y los códices mayas, en los que halló la repuesta a muchas interrogantes como la de ¿por qué desaparecieron casi sin dejar rastro?

            Cuando llegó a la conclusión de su vida, surgieron algunas historias que ahora supondremos ajenas a él, aunque cabe la posibilidad de que sean ciertas. Las personas, sobre todo aquellas que lo conocieron, afirman haberlo oído hablar una lengua extraña, una lengua demasiado gutural y sin elementos identificables, sin sistematización aparente y sin articulación definida. Aunque nunca más se le oyó hablarla, las tesis sobre aquella lengua, que ejecutó en ciertas ocasiones, apuntan que fue la primera que existió entre los hombres: pristinus.

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: La lengua de Panini (inédito).

domingo, 22 de mayo de 2016

Mentalis Evocatio

La inteligencia es subjetiva, de hecho todo en este mundo es subjetivo. Basta con mirar a la persona que esté a nuestro lado, poner un poco de nuestra atención y descubriremos que tengo razón, existe una subjetividad que nos configura a esa persona. Así pues, la inteligencia no es más que una percepción de bondad sobre un sujeto, al cual reconstruimos mentalmente con la gran diferencia de que sobrepasa lo común o el promedio. Pero, quién hace al inteligente, cómo nace, es inteligente de verdad.
           Es sabido, y negado por los obtusos, que aquello a lo que nosotros llamamos realidad o mundo concreto, no existe como tal. Nuestra mente objetiva el mundo mediante tres procesos; primero, reconoce a la realidad como tal a partir de nuestra percepción, es decir, reconoce el punto donde la realidad “es”; segundo, aquello que ha reconocido como realidad y filtrado por la “percepción” pasa al punto de la “abstracción”, donde ya la realidad no es sino lo elemental y necesario para su identificación como tal (aquí se complica el asunto); finalmente, la abstracción que hemos hecho del mundo se interpreta, obteniéndose como resultado el mundo que conocemos, en otras palabras, no ya la realidad sino lo que interpretamos de ella.
           Complicado de entender, ya por los contras que pudiéremos encontrar, como la definición de percepción, abstracción e interpretación; o ya porque nuestra tradición cultural nos impide ver más allá de lo evidente. Ahora bien, si la realidad es una ilusión construida por y para nosotros mismos, cómo estar seguros de no estar solos en el mundo. Miren que las posibilidades se multiplican y todo puede ser. Nada me asegura que la lengua que hablo pertenezca al mismo sistema de la lengua que hablan los demás, puede ser que sólo interpretemos con acierto lo enunciado por el otro y de ahí que existan los malos entendidos cuando no se hace correctamente. Puede ser que lo que digo ni siquiera tenga significado, mas el otro tener la capacidad de entenderme priorizando sobre otros elementos no lingüísticos. Puede que nada exista o que exista sin ser real.
           Dijimos que nosotros mismos construimos la realidad y por ello la configuración que hacemos de las personas las define como tales, como inteligentes, tontos o regulares, además de la configuración que hace la propia persona de sí mismo; sin embargo, esta última es consecutiva y aun más relativa. Ergo, el inteligente puede no ser inteligente sino vivir con una etiqueta falsa que determina sus acciones. Cuáles son los límites que tiene el hecho de que la realidad no sea sino una proyección de lo que nosotros queremos que sea. Hasta dónde se puede llegar si alguien ocupa este conocimiento para beneficio propio.
A mediados del siglo XX, por ahí de la segunda mitad de la década de los 50’s, existió un grupo cultural-estudiantil-internacional de nivel universitario, cuyos integrantes eran: Maribel Viedman, Victor Varr, Raneo Doviallá, Emilho Cabanhas, Al-Dei Jubal, Lilith Pech, Sandy Lee, Quper, Gerad Bù-hau, François Fraternel, José Luis Cortazar y Banjû le Memoiritèr. Este grupo de intelectuales, reconocidos ampliamente hoy por innumerables trabajos filosóficos, musicales, lingüísticos y literarios, creo la teoría llamada “Mentalis Evocatio”, la cual afirmaba que la respuesta a toda interrogante está dada dentro de la mente de cada individuo. Así pues, la verdadera tarea al dar la respuesta no es conocerla sino encontrar las palabras precisas que la evoquen dentro de la mente del que pregunta.
           A pesar de los resultados fallidos que muchos de ellos obtuvieron durante un largo periodo, bien por no comprender del todo la teoría, o bien por sobrevalorarla, tres personajes se distinguen por la facilidad en que la utilizaron. Victor Varr, François Fraternel y Banjû le Memoiritèr lograron comprobar que era posible contestar sin dar la respuesta en el discurso.
         Victor Varr, semiotista de la escuela de París y profesor de semiótica intensiva en la Universidad de Puebla, descubrió que las maravillosas imágenes del poema Primero Sueño son una muestra barroca del mundo natural. Lo asombroso de su trabajo no fue en sí demostrar lo barroco sino desentrañar las formas que nos pierden en los vericuetos de la polisemia y hacernos ver que el poema no es lo barroco pero sí necesariamente debe representar en sus formas a aquello que está describiendo como barroco: el mundo. François Fraternel, realizó varios estudios sobre los portales dimensionales creados sin intención por el hombre, en los que la constante siempre era la predisposición inconsciente del sujeto a descubrir nuevos horizontes de conocimiento. Su trabajo consistió en una serie de entrevistas en las que, mediante una pregunta hacia él mismo de parte del entrevistado, descubría quienes eran las personas más propicias para un viaje inter-dimensional; recordemos que la teoría de la evocación mental afirma que la respuesta a toda interrogante está dentro de nosotros. Finalmente, Banjû le Memoiritèr estableció las bases para el aprendizaje de otra lengua mediante el retroceso histórico en la familia de la lengua madre. Así, las lenguas que fácilmente un hispanoparlante podía aprender eran: el portugués, el aragonés, el catalán, el francés, el italiano, el retrorromano y algunas más que son casi desconocidas.
            Los otros miembros del grupo no se han quedado atrás, sin embargo, existen pocas evidencias de trascendencia en sus trabajos. Alguno de ellos, no recuerdo quién, hizo una tesis doctoral de literatura que habló de la posibilidad de estar ficcionalizados en algún libro, ya sea por un sólo autor o por más de uno; incluso se dice que este mismo personaje publicó un libro a la par de otro grande de la literatura nacido bajo el canto de los tangos.
        Hoy, sin acaparar el mundo científico de las humanidades, continúan sus estudios en las diferentes universidades en que laboran, aunque uno de ellos ha desaparecido sin dejar rastro: Emilho Cabanhas.

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Mentalis Evocatio (inédito)

miércoles, 18 de mayo de 2016

La sombra

El pensamiento siempre se me ha presentado como un fluir constante que, sin embargo, nunca me lleva a un lugar preciso y mucho menos exacto. Y es que hay que distinguir la esencia entre estos dos términos. Podemos decir que a un número entero como diez le dividimos entre tres, obteniendo dos posibles resultados, el primero de forma decimal 3.333… hasta el infinito, mismo que en su precisión tiende a la exactitud; mientras que el segundo, con una representación diferente: 1/3, está representando en cada uno de sus tercios la división más perfecta que el mundo pueda conocer; las fracciones son la expresión máxima de la exactitud.
            Recuerdo aquella ocasión. La tarde de ese día veía un programa acerca de la relatividad y la física cuántica. Concilié el sueño con las ideas aún revoloteando mi cabeza y, a media noche, vino a mí una voz diciéndome: ¡mira la luz! No puedo negar que en aquel primer contacto con las voces del interior fui víctima del miedo, pero hice caso y caminé hasta la ventana de mi habitación. Afuera hubo la luz de un farol que iluminaba la esquina de mi calle, hubo gente que a esas horas pasó y, ya casi vencido nuevamente por el sueño, hubo un auto que lentamente se accidentó en la esquina que mis cansados ojos vigilaban. Albert habló otra vez: ¿qué has visto, cómo lo has visto?
            Imaginé entonces que el accidente pudo haber ocurrido en un tiempo menos dilatado. Para que hubiese sido así, la sombra de donde salió el auto debió ser menos densa para que la luz de su reflejo me llegara más rápido, y de igual forma menos densa la oscuridad en que me hallaba para que su reflejo pudiese entrar en mis pupilas con mayor fluidez. La luz, que tiene una aceleración constante, hace que se determine el tiempo y la velocidad en que transcurren las cosas. No importa la hora en que sucedió el accidente sino la densidad de la oscuridad y la velocidad en que llegó a mí la luz que lo reflejó. Así, por ejemplo, si suponemos que el choque no fue aquí en la tierra, sino que ha sucedido en algún punto lejano de nuestra galaxia y que aun así nos es posible verlo, entonces, no observaríamos el presente de ese choque, lo que ante nuestros ojos se presentaría sería el pasado del acontecimiento, dilatado o compacto por la densidad del espacio u otras fuerzas existentes en el universo como la gravedad.
            Siempre preciso satisfacer mis dudas, averiguar qué causó el accidente me quita el sueño. Necesito encontrar la manera de viajar en el tiempo. Pienso frente a la ventana. La luz no siempre ha existido mas la sombra sí, luego me sería posible viajar en el tiempo si pudiese convertirme en ella, dado que no es el espacio sino la sombra por donde la luz transita; ese es su medio para evidenciar el correr del tiempo.
            Cómo ser sombra, cómo perder densidad. La mente también es un espacio; indescifrable, compleja y oscura, contiene a todo el universo y por lo tanto es el mejor medio para viajar. Cuando recordamos o soñamos nos acercamos al estado sombra, mismo que nos acelera más rápido que la luz y nos muestra los acontecimientos en un relativo presente. Sin embargo, de las ocho horas o menos que dormimos, ocupamos inconscientemente demasiado tiempo en repetir las imágenes que ya han sido guardadas en la memoria: en la sombra, y por ello no recordamos todos nuestros sueños.
            Duermo; no recuerdo la hora que era, ni el día ni el mes ni el año. Recuerdo haber visto un choque en la esquina de mi calle. Vuelve y ante mis ojos cerrados se presenta ¡He dilatado el tiempo! Pierdo densidad. Sin abrir los ojos comienzo a sentir que mis manos envuelven algo parecido a un tubo. Ellos evitan que mi mente reconozca lo que toco, tan acostumbrado está el sentir que preciso de ver todo cuanto hay para dar testimonio de verdad a la realidad que me comprime. Lentamente comienzo a abrirlos. Ahora puedo ver mis manos sostener un volante. Ya más abiertos me veo, estoy sentado en un auto y avanzo a gran velocidad sobre la calle que vigilaba desde mi ventana. Delante la luz de un farol desgarra la espesura de la oscuridad y se acelera hasta mí mostrando la sombra de alguna persona que en algún tiempo no muy lejano se interpuso en su camino. No puedo negarle este nuevo miedo a mi persona y reacciono como todos hemos de reaccionar ante lo desconocido. Piso el freno a fondo. Derrapo y luego la luz sobre mis ojos se apaga. Un dolor inmenso inunda mi cuerpo, tal vez la sangre pinte el aparatoso accidente de este yo fingido. Con la cabeza sobre el volante abro nuevamente los ojos y ahí estoy, en mi ventana, mirándome.
            No sólo dilaté el tiempo. Me aceleré tanto que alcancé a la luz en un momento muy atrás. Mi forma material y la poca experiencia en estos viajes hicieron de mí un azar que me condujo al cuerpo del conductor. Quizá exista una relación biunívoca entre la mente y la materia que me dirigió a través del espacio hasta este cuerpo que siento ajeno; sin embargo, sé que soy yo y que este cuerpo es el mismo que he tenido toda mi vida. Aun así cabe la duda puesto que, si hubiese caído en otra persona o algún animal, esa relación sería nula, y la voluntad o fijación sobre cualquier objeto del mundo concreto que ha sido mentado sería irrelevante para cualquier tipo de relación personal, ya que el referente concreto no bastaría para presentar la esencia real de aquello a lo que hemos dado un valor afectivo; en mi caso el cuerpo.
            Me veo ahí parado, observando el farol donde me he accidentado, pese a ello ya no puedo avisarme lo catastrófico del viaje puesto que muero en mi nuevo cuerpo. Me alejo de la ventana, qué angustia, he de estar por dormir. La sombra de ese yo en la habitación pasea por las paredes. Quiero salir y decirle: ¡no duermas, por favor, que muero! Pero ya nada puedo. El conocimiento es la ironía de la vida, nunca nos lleva a un buen fin.
            La lámpara de mi habitación parpadea y luego se apaga. Aquí sigo. Mi muerte se ha detenido porque no hay luz ni conciencia que la evidencie.

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: La sombra.

Nota: Este cuento apareció publicado en la Revista Opción no. 185 del ITAM, agradezco las correcciones que en esa publicación le hicieron al texto, son bastante buenas; sin embargo me sigue gustando más esta versión porque corresponde a la idea-intención que tiene el proyecto en que se encuentra. Ustedes pueden leer ambas, seguro es que les guste más la otra, es como mejor redactada:
https://issuu.com/opcionitam/docs/o_185_lowres

lunes, 16 de mayo de 2016

Janua Sapientiae

La mañana del 8 de junio de 1988 despertó más temprano de lo que regularmente lo hacía. En el reloj la hora era intermitente, porque las pilas se iban acabando y la luz roja de sus números bien podía indicar las cuatro, la una, las siete o las tres, según su voluntad. Aquel miércoles, sentado en la cama esperó a que amaneciera para bajar a desayunar con su madre, pero no lo hizo. Durante su corto sueño había estado en movimiento y hubo perdido uno de sus calcetines. Cuando la madre subió a buscarlo lo encontró saliendo por debajo de la cama con la cara de incertidumbre; no había hallado nada. Durante algunos años estuvo perdiendo objetos que quedaban sobre la cama: más calcetines, muñecos, monedas, canicas… De igual forma en que perdía objetos ganaba escepticismo de parte de su familia y eso le molestó demasiado pues, pese a ser un niño, el sentido de justicia estaba presente en él. Quiso una respuesta.
        De niño supuso que las sombras que veía en su cuarto, aquellas con forma humana, eran las causantes de las desapariciones, de los hurtos sigilosos de cuando dormía. Un día fingió hacerlo y con el reojo vigiló a las sombras de su cuarto, al comenzar a perder la vigilia vio una figura humana y encendió la lámpara de su buró. Su pantalón, chamarra y algunos otros objetos eran los que conformaban a la sombra, y entonces desechó ese supuesto. Pasaron por su cabeza ideas extravagantes como monstruos, alienígenas, gnomos… y conforme crecía las posibilidades se multiplicaban pero no así las respuestas satisfactorias.
            En 1998, un objeto volvió sobre su cama; era uno de los tantos calcetines perdidos hacía diez años atrás. Aunque su madre exigió que tirara los calcetines sin par, prefirió guardarlos pues había en él una manía por la completud de los objetos; si las canicas hubiesen sido dos como unidad seguro conservaría en algún lugar su otredad, sin embargo, en el caso de los objetos perdidos, los únicos que con dos hacían uno eran los calcetines. Buscó el par y los comparó; ahora eran distintos. El que había guardado estaba más viejo que el recién llegado. Se preguntó de nuevo cómo era posible eso que veía.
            Los azares que habían devuelto su calcetín fueron los mismos que le hicieron conocer algunas teorías sobre los portales que transportan a la materia a otro espacio/tiempo. Fue tal el impacto de lo que leyó que quiso probar lo mismo en su casa; colocó una cámara que grabaría durante la noche, antes de dormir colocaría algunos objetos sobre su cama y a la mañana siguiente revisaría el video para saber: 1) si algún objeto desaparecía, o 2) si los objetos seguían ahí, saber si en algún momento de la noche habían desaparecido y aparecido de nuevo. No tuvo éxito.
            Cuando entró a la universidad se aseguró de poder desarrollar sus teorías y escogió la carrera de Física en la Universidad del Estado de Puebla, sin embargo, nadie se aventuraba a realizar dichos trabajos como los que él quería. Así fue que se convirtió en autodidacta y leyó a Einstein y otros físicos cuánticos, leyó las teorías de la relatividad, la de las ondas, la teoría de las cuerdas, la teoría de los agujeros de gusano, incluso conoció los primeros pasos de João Magueijo y de vez en cuando, para solventar sus gastos, se dedicaba a crear programas de PC a pedido, según las necesidades de sus clientes.
Loco, algunas personas lo llamaban así: loco. Aunque nadie sabía que él era el creador de infinidad de objetos que servían y utilizaban desde las casas más pobres hasta las más ostentosas; sus inventos también eran nacionales e internacionales, pero nadie le agradecía. Su inquietud lo conformó como un ser metódico y bastante analítico, su vida como inventor lo iba alejando lentamente de esa fijación que tuvo de niño. El 22 de agosto de 2008, cuando llegó a casa, encontró otro de los objetos que había perdido hacía más de quince años. Al principio sólo tomó el objeto y lo guardó junto con el calcetín que había regresado en 1998; para las cinco de la tarde, un cambio en la presión del aire de su casa hizo que una hoja de papel se levantara de la mesa y deambulara erráticamente por el espacio de la sala hasta caer al suelo. Fue entonces que llegó a su mente aquella idea que fusionaba a la geometría analítica con los eventos de su habitación. Subió a su cuarto y sin mover nada tomó una foto, después empujó la lámpara de su buró y se dispuso a analizar la imagen.
            Esto fue lo que supuso. De igual modo que Ludwig Flamm se dio cuenta de que la ecuación de los agujeros negros permitía una segunda solución y por ende permitía hablar de un agujero blanco como contra parte, es decir, como salida a la entrada representada por el agujero negro; así, Alessandro también supuso que podía existir una determinación que favoreciera la transportación de la materia a otro espacio/tiempo que, por supuesto, era posible conocer. Primero, pensó que el lugar en donde habían desaparecido los objetos podía ser limitado en cuanto a su dimensión, pues todos los objetos que habían sido abducidos estuvieron a los pies de la cama. Segundo, pensó en la posibilidad de que existiera algún tipo de combinación que permitiera la entrada y la salida a ese espacio desconocido, una especie de llave (por ello movió la lámpara para saber si en algo afectaba al fenómeno). Y por último, si había una forma de reproducir el portal él conseguiría saber cuál era y cómo se haría.
            Durante algunos días estuvo analizando la foto en varios de los programas que tenía para poder encontrar un patrón que le diera un poco de luz sobre el problema. Fue en el día de la conmemoración a la muerte de su madre que halló algo. Mediante las sombras que se podían ver en la foto pudo establecer una imagen tridimensional de la cama y plantear una forma exclusiva en que ésta debía permanecer para poder abrir la salida y sólo la salida, porque según la teoría física, la entrada debía tener una otra forma en particular. Tras varios intentos de colocar a la cama como aparecía en la foto, utilizando puntos de origen y planos cartesianos, se dio cuenta de que se trataba de una combinación tridimensional en donde la distancia entre varios de los puntos tendría que hallarse mediante la ligera modificación de la ecuación básica:



          Y las coordenadas fueron infinitas ante la mente humana pero limitadas ante las combinaciones posibles, de igual modo que la teoría de las ondas, cada punto era importante en la conformación de lo que hasta este momento él llamó llave. Una vez descifrada ésta y supuesto que no era la cama sino la cobija la que propiciaba el fenómeno por los pliegues que llegaba a tomar con el movimiento, decidió inventar una tela con nanobots que pudiera, por medio de un ordenador, colocarse en los puntos exactos en que el portal se abría.
          Y volvieron los calcetines, las canicas, algunas cosas que no eran de él, objetos de otras épocas, de otros presentes alternos, nada fuera de este mundo, fotos de personas que desconocía y que le provocaron un sentimiento nostálgico y melancólico por aquellos que las hubiesen perdido, y seguían saliendo objetos, recuerdos… hasta que escuchó una voz del otro lado y un escalofrío recorrió apresurado su cuerpo, como si al escalofrío también le hubiese dado miedo. Esta perturbación no fue provocada en sí por la voz sino porque, gracias a esa posibilidad humana de reconocer los rasgos paralingüísticos del habla, pudo reconocer de igual modo que la voz era de una niña; lo que implicaba que, así como había portales pequeños que podían transportar objetos minúsculos, también los había de tamaños considerables como para poder abducir cosas más grandes: personas. Cuando abrió de nuevo el portal la voz se había ido y se maldijo porque imaginó a la pequeña gritando en aquel lugar desconocido en busca de alguien que pudiera ayudarla, de él que había decidido cerrar por un momento el portal. Esa noche estuvo pensando en la llave de entrada para aquella nueva puerta.
           No es sorprendente saber que la halló. Allá en el barrio del tamborcito, en una esquina solitaria alumbrada por un farol, se encontraba la entrada. Era la noche el momento preciso en que se abría puesto que así son las determinaciones del espacio/tiempo. Se preparó. Cada media hora la salida se abriría por cinco minutos y proyectaría ráfagas de luz hacía el interior con la finalidad de marcar el camino; llevó una lámpara porque no sabía cómo era el universo paralelo y un cuchillo pensando que sería la mejor arma y herramienta que pudiere necesitar. Fue ya entrada la noche que se puso cerca del farol; cobijado por la luz parecía más una sombra que un humano.
         Faltaba poco para que se abriera el portal. A lo lejos las luces de un auto lo sorprendieron, venía a gran velocidad directo a él, pero no quería perder la oportunidad de entrar pues la próxima posibilidad de que abriera esa puerta sería dos años más adelante. Miró su reloj, el auto se acercaba, cada vez más cerca y cada vez menos tiempo. De pronto se escuchó un estruendo y el auto quedó desbaratado sobre el farol. La luz parpadeaba asincopada, el pasajero abrió los ojos y estaba sólo. El rastro de Alessandro era una sombra marcada en el pavimento con la ausencia de vida, con la ausencia de su cuerpo.

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Janua Sapientiae (inédito)

sábado, 14 de mayo de 2016

La luna del maestro

Ayer te vi hablando con él. Eras tan tú pero sin ser tú realmente. Tu cabello ensortijado y negro como aún mi mente lo recuerda volviéndome loco los días de otoño. Pero qué fue de ti, a dónde fuiste, por qué.
            Ya era una persona madura cuando te conocí, tú, apenas una niña para mí. Veinte o veintiuno, qué importa ahora. Recuerdo que por esas fechas mi acento aún no era del todo parecido con el tuyo, quizás por ello te sentiste atraída, no lo sé. Acababas de entrar a la universidad (pero quién diablos estudia historia en los ochenta). El primer día ni te vi, fue por ahí de la segunda o tercera semana cuando tuve conciencia de que existías; no sé si fue acaso tu finura, tu discreto maquillar, tus ojos, sonrisa, cuello… (o tu vestir un paso delante de la moda) quién me sedujo y cautivó. Debo confesar ahora que estuve con pánico al decir tu nombre en la lista porque ya tenía sido embrujado por tus ojos, no podía mirarte sin precisar después que tus labios ahogaran el fuego de mis venas y disminuir así el batir de mi corazón (perdonar has que no diga latir pero no me acostumbro a esa palabra de canes).
            El día que cayó el Muro de Berlín fijamos un encuentro en el café que está frente al jardín de los indigentes, teníamos que discutir sobre el trabajo que irían entregar en la próxima quincena, aunque realmente fuiste tú quien concertó la cita con la nota que escribieras al final del borrador: “lo amo”. Qué podía hacer sino arreglar la situación; es sabido que una alumna no debe enamorarse de sus maestros y, por tanto, debía procurar la manera más directa para hacerte desistir de tu locura, de mi locura. Ya me falta la memoria. Ahora no sé si tuvo llovido ese día o si dije cualquier otro pretexto para que me acompañaras a mi casa, creo fue por unos libros (tal vez no sea cierto). Como ya vivías sola y era muy tarde te ofrecí quedarte, yo dormiría en el sillón (pero quién diablos cree en la inocencia de los actos). No podíamos dormir, es cierto, hacía frío en nuestros cuerpos. Cuando decidimos (decidiste) dormir juntos, la sombra de la habitación elevó nuestro respirar y no fue sino hasta que tuviste volteado a mí para darme un beso, que conocí el mar que habitaba entre tus piernas. No fue sino besando la comisura de tus labios que tembló mi cuerpo incontrolablemente para luego dormir como nunca antes lo tuviese hecho.
         Pasamos mucho tiempo juntos en el tiempo que duró lo nuestro. Un día, en otoño precisamente, comenzaste a enfermar. Teníamos ido a los Fuertes de Loreto y Guadalupe, como buena mexicana te apasionaban los salgadinhos que vendían fuera del Planetario. Primero fue un dolor en la barriga, pero no hicimos caso (hasta pensamos que estabas gravida); luego comenzaste a perder la fuerza de las piernas y los brazos, y entonces nos preocupamos. Te recetaron algo que iría quitarte lo enferma. Eran amibas. Ya casi estabas recuperada cuando, sin esperarlo, caíste nuevamente en cama con un dolor de cabeza insoportable que decía el médico pasaría (pero quién diablos cree en la medicina); recuerdo haber quedado de cara amarrada con el doctor. Te acaricié muchos días tu cabello esperando reaccionaras, en cuanto más me esforzaba por hacer bien eso que ustedes llaman piojito más rápido se escapaba de ti la lucidez. Ya no podía con esa carga sentimental que me afligía el alma.
      Recuerdo que antes de perderte decidí hablar contigo (supongo ahora que entendías). Simplemente se acabó. Y lloraste ese y el siguiente y los días que le sucedieron hasta, creo yo, el instante en que dejaste tu vida suspensa como la luna que cae constantemente hacia la tierra sin poderla alcanzar.
            Ayer te vi hablando con él, con el que fuera tuyo en tus días felices, a quien motivaras investigaciones impensables sobre la lengua escrita e incluso revisaras sus preliminares ¡qué mofa, recuerdas! Tu vida se ha vuelto una circularidad. Desapareces de la escuela y luego regresas; eres directora, rectora, maestra y a veces enamorada. Te ven, se ríen de ti como sólo la juventud puede hacerlo; lastimeramente te siguen el juego mas no saben que dentro de ti tu vida se repite constantemente hasta el momento en que te pierdes. Queda más de tu vida académica, es lo que se ve cuando falsamente lúcida hablas sobre concursos de novelas, aumentos salariales o trabajos finales. Ayer, que hablabas conmigo, con ese espacio de tiempo y aire que fingido estaba sentado frente a ti, me di cuenta que aún me amas, que aún me recuerdas en tu locura. Qué pena que de mí recuerdes lo más triste, qué pena que tengas que vivirlo constantemente, qué pena verte llorar tan sola en la banca del antiguo colegio de antropología.

Aguilar Sánchez Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: La luna del maestro (inédito)

viernes, 13 de mayo de 2016

Advertencia del discurrir de mis palabras

Diré hola sin esperar que me contestes porque de antemano sé que seguirás leyendo hasta donde olvides esto que acabo de enunciar, porque es normal y limitante para todo texto no contener todo el significado en una sola expresión, siempre precisa de esa linealidad que impone la lengua. Quisiera salirme del texto, recrearme ante ti al sonoro paso de cada grafía decodificada y configurarme así como un ente concreto evocado por tus palabras; pero soy sólo pasado impreso, actual ante la lectura pero prescindible a la memoria, atrapado entre los límites de mi texto, definido por las fronteras de mi vocabulario y determinado por su puesta en discurso. Soy una epístola que no encuentra narratario pese a que también me hablo a mí como si existiera junto a ti.
            Lees, en silencio o en voz alta, pero ya no es tu voz quien te marca al actor del discurso sino yo. Piensas (porque es tu voluntad y aún no la domino) que puedes dejar de leer cuando así lo decidas, sin embargo, puedo hacer que pares tu lectura cuando yo quiera…
            Lo has notado.
            Soy, lector, en pocas palabras, quien escribe estos ensayos, quien da veracidad a las historias que se hallan detrás de cada uno de ellos (porque son verdad) y sugiero leas como si tuvieras la oportunidad de regresar la virginidad a tus sentidos, como si esta fuera la primera vez que te encontraras ante la literatura y como si aquella que has leído continuara en estas líneas como un sólo proyecto. No importa mi nombre (paradójicamente eso es lo importante: no saber mi nombre). Estudié filosofía sin ser un buen alumno y a mitad de la licenciatura abandoné la práctica del intelecto por necesidades emocionales, ya imaginarán cuáles. Siempre me ha gustado la investigación, conocer el mundo, explicármelo, aunque lo confieso, nunca he sido el mejor en ello. Mi calificación más alta ha sido un 6 que recibí por mi nefasto reporte de lectura sobre La caverna de Platón. No digo esto como justificación a lo que irás a leer, sino como una advertencia a lo que pudieses encontrar porque de cualquier modo el contenido se encuentra más allá de la escritura. Si existiese otro sistema con el que pudiera narrarte e informarte de todos aquellos acontecimientos, lo ocuparía, pero la humanidad ha elegido a la lengua escrita como instrumento ineludible en la transmisión del conocimiento; yo qué puedo hacer.
            A principios de los noventas un amigo del colegio de letras me platicó sobre un maestro que desapareció sin dejar rastro. Esa simple palabra: desapareció, creó una inquietud en mi cabeza y fue como si despertara en mí la curiosidad trascendental por saber qué pasa con las personas desaparecidas, fue un querer saber a dónde han ido. Su nombre era Emilho, se pronuncia Emilio pero se escribe así porque es brasileño, bastante raro para los nombres que se acostumbran por esas tierras. Así comencé mi vida de investigador. No hace falta conocer más. La atemporalidad en que puedas hallarte tras algunas lecturas se debe precisamente a que el tiempo es relativo. El final no lo digo porque soy fiel a la tradición aristotélica de toda obra, aunque sí te menciono que esta advertencia la escribo ahora mientras sigo siendo un “individuo”.
Lee.

Aguilar Sánhez Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Advertencia del discurrir de mis palabras (inédito).

sábado, 7 de mayo de 2016

Sentencia

El octavo día de junio decidí terminar mis ensayos sobre la vida y todo aquello que me condujera al maestro Cabanhas. La interminable búsqueda en que se convirtió mi estudio a raíz de aquel libro que hablara sobre la escritura, me había alejado de mis amigos, familiares y novia. Fueron varios los años en que estérilmente entrevisté a supuestos conocidos y personajes secundarios de su vida, pero ninguno supo decirme con certeza cuál era su paradero. Quizá, como todo en las humanidades, me dejé llevar por una falacia, a la cual intenté darle veracidad científica a través del estudio objetivo de una serie de planteamientos inverosímiles. Quizá, como todo en los sistemas pluri y multisemánticos, la exhaustividad nunca es suficiente, puesto que siempre representan un laberinto de dimensiones difusas e infinitas a las que lentamente vamos incomprendiendo.
            Miré las cenizas de su libro La voz de la letra y de sus manuscritos, miré el inconseguible libro Crônicas dum mundo de ficcção que fotocopié de uno de sus supuestos amigos y el cual se halla incompleto. Miré mis ensayos y me dije: a quién demonios ha de importar lo que diga yo en estos trabajos absurdos, si todo cuanto en ellos se predica no es más que un artificio de la locura; a quién ha de interesar la vida de un maestro tan común y corriente que dejó su natal Brasil para perderse en los vericuetos que el amor le deparara en este país. De hecho, a qué las investigaciones si todas son producto del ego, de la inercia nefasta de la humanidad por sobresalir en el mundo, por ser alguien de renombre, conocido, popular, al final de cuentas por ser todos una mierda sin valor. Uno se deja llevar por esa inercia, quién sabe dónde originada, y cuando nos damos cuenta de su voluntad nos sabemos víctimas de ese delirio ruin.
            Camino por la plaza John Lennon como el día en que encontré ese libro, revisando lo que se vende, artesanías, chunches y curiosidades características de los fines de semana. Veo a una niña y un niño jugando, son demasiado parecidos. Me acerco hasta donde ellos y les pregunto si son hermanos (tan sólo para conversar). No, somos amigos, responde la pequeña. Sé que este suceso no presenta nada sorprendente (como se vislumbra en el libro de Emilho, la escritura en estos momentos les impide notar mi sobresalto) pero debieron verlos, como en la simetría o la clonación humana, los dos, niña y niño, eran iguales. Los sigo, adelante sus madres trabajan vendiendo artesanías y efectivamente son incomparables, no obstante, dentro de esas diferencias que las distinguen hay otras más que comparten y que, si bien no son sustanciales para nuestra visión banal de la belleza, sí son significativas en la conformación de los niños, es decir, esas características en las que coinciden son las que mi mente identifica en los pequeños: piel morena, delgadas las dos sin llegar al extremo de la flacura, ojos negros, brillantes y semi rasgados, boca chica, nariz pequeña, cabello largo y lacio, manos finas y estatura media. Quizá algún sortilegio de la vida les hizo compartir al hombre porque la sonrisa de los niños no está en ellas, es de alguien más.
            Dirá Carl Jung que las relaciones simbólicas entre el yo y el mundo que nos contiene no son acausales, son generadas por una causa específica e identificable en las relaciones de la mente y la materia. Y efectivamente, él podría explicar lo que vi ese día en el callejón. El hombre, a través de su mente común, da las explicaciones más lógicas e increíbles sobre los fenómenos del mundo, aunque los de mente exorbitante dan las más absurdas y verosímiles que puedan existir. Lo que pretendo conocer ni yo lo alcanzo a vislumbrar enteramente, sin embrago, ya me veo envuelto en otra serie de investigaciones estériles. Es este hábito de conocer el mundo lo que me mueve.
            Debe existir algo en común entre esas dos mujeres más allá de las coincidencias perceptibles a simple vista, debe haber, no por obligación sino por necesaria que es para la extrañeza cotidiana una explicación, algo que las una en algún pasado común. Si yo pensara (que ya lo hice) que conocieron a la misma persona y por ello sus hijos son tan semejantes, caería en un error fundamental como investigador, le agregaría ideas ajenas a mi objeto de estudio antes de estudiarlo, sin embargo, no desecharé esa opción como resultado mas sí como fundamento de una explicación.
             Entrevisto a las mujeres y cada una tiene su historia bien definida y no cabe duda que son sólo compañeras de negocio en el callejón del carolino. Nada hay de común en sus pasados; es más, ni siquiera coinciden en amigos de la escuela o de la familia. Esto podría llevarnos a dos posibilidades no ya tan sólo de las susodichas sino del mundo en que vivimos; la primera: Dios existe, si podemos comprobar que estas dos personas no se conocieron hasta 1999 (que es la época en que abrieron sus negocios aproximadamente) podríamos decir que algún fenómeno fuera de nuestras capacidades humanas hizo de sus hijos una orquestación pre y/o posparto que devino en la obtención de dos individuos idénticos (y que por tanto, no podríamos llamar individuos porque no hay individualidad), los cuales pudieran ser símbolo del poder de Dios sobre la creación al hacerlos un fenómeno único en su tipo; es decir, sólo Dios podría hacer que dos óvulos diferentes, fecundados por dos diferentes espermatozoides, crearan dos personas iguales con la única diferencia de que uno sea del sexo femenino y otro del sexo masculino; es como si estuviéramos ante Adán y Lilith. La segunda posibilidad: Dios no existe, porque de igual modo podemos pensar que si las mujeres no se conocieron hasta la fecha del 99, entonces la fecundación nada tiene de divino pero sí mucho de azaroso; la fortuna de que coincidieran los genes de tal o cual forma no obedece a ningún acto divino sino a la simple y llana coincidencia que el hombre simboliza y relaciona con ideas tribales. Así, el azar se convierte en la verdadera fuente de nuestro quehacer diario, eliminando cualquier concepto vano de Dios. Sea cual fuere la opción que tomemos sobre ese personaje, de si existe o no, de todas formas no interesa a la investigación, no porque esté fuera de la misma sino porque es irreal en la naturaleza misma.
            Algunos días después pude ver a otras personas, no ya sólo niños sino jóvenes también, que presentaban características similares a las de los dos primeros. Qué pasa, por qué de repente la ciudad se convierte en una sola familia. Reviso textos de genética pero no es mi área, no entiendo nada. Soy un investigador sedentario (además de inepto) que fracasa en sus investigaciones, busco aquí y allá, las horas pasan y me atropellan los pensamientos y nada en el horizonte que me haga salir de este tema, soy un pagano. Estoy sentenciado al fracaso como todos a la intrascendencia. Me veo en el espejo y soy yo, pero con características de todos, será que me convierto en uno de ellos o he sido afectado por mis propios estudios, será que quiero tener los rasgos de ellos para ser mi objeto de estudio y así responderme algo que me deje tranquilo. No lo sé. Quizás sea el destino. A veces se puede pensar que él es la suma de todos nuestros pasos, haceres y deberes, sin embargo, hay una inercia ancestral que es aún mayor a cualquier destino y nos obliga a pensar en el paso siguiente. La inercia infinita y ancestral es una probabilidad basta que desconoce nuestro futuro pero determina nuestra humanidad, qué hago.
            Fue el 22 de agosto de 2006 que encontré la respuesta, cuando ya todo el mundo se había convertido en una sola persona, cuando todos éramos él. A finales del siglo XX la ciudad se vio envuelta en un escándalo producto de la violencia. Un tipo, jamás encontrado, asesinó a otra persona del sexo masculino y de aproximadamente unos 20 años. El móvil es en apariencia desconocido pero algunos de los fotógrafos que estuvieron ese día afirman que el cuerpo tenía una nota y que alguno de los presentes la hurtó para encubrir al criminal. Cuenta el primero en llegar que en realidad no había sangre derramándose como en muchos medios se afirmó, simplemente colgaba del árbol de la Facultad de Letras amarrado de los pies. Otro afirma haber leído la nota y pese a no recordar exactamente lo que decía, respondió: era una sentencia verdaderamente escalofriante y la única explicación a su desaparición puede ser la buena fe, porque incluso yo tardé una semana en quitarme esa sensación de miedo que me inundó. Así es, aunque la nota nunca me fue posible conocerla, sé que en sus palabras se encontraba la sentencia más tenebrosa que pudiese existir en todo el mundo, y es gracias a esa sentencia que todos nos convertimos en una sola persona. El miedo engendró una paranoia que lentamente habitó los rincones más sensibles de nuestra mente e hizo del temor una fijación representada en la imagen de esa persona en la que ahora todo nos identificamos. Ese temor, también heredado a los hijos y difundido por las relaciones personales, lentamente se apoderó de todos en la ciudad, aunque con efecto diferente al esperado. Mientras en las primeras generaciones fue el resultado del miedo y la psicosis, en las generaciones posteriores sólo fue una característica compartida.

            Esto es el final. Al ser todos iguales estamos sentenciados a la desaparición como individuos. Estamos destinados a perder las relaciones de pareja porque al ser como somos el impacto a nuestro gusto es tan fuerte que se inhibe toda atracción por el otro; perderemos el cariño, el afecto, el gusto y al cabo de algunos años perderemos el amor. Seremos víctimas y victimarios de ese sentimiento que empiezo a olvidar. Nos frustraremos al no poder desahogarlo en alguien que represente lo ajeno, lo no yo. Seremos incompatibles, seremos unos mutantes sin la capacidad de amar; esa será nuestra sentencia.

Aguilar Sánchez Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografía: Sentencia (inédito).

miércoles, 4 de mayo de 2016

ALEXIS* / **

A Alexis Alicia, mi amiga caleidoscópica

Amo você em demasia[1], talvez seja certo[2] que estou perto da loucura labirinticamente ilógica[3] que dentro do meu peito mora[4]...





* La semana pasada vi las noticias, un hombre se mutiló varias partes de su cuerpo y lo reconocí como uno de mis pacientes. Aunque últimamente los casos como el de él son más frecuentes, no los de mutilación sino los psicológicos, en los años en que estuvo visitando mi consultorio fue sorprendente encontrar un problema así. No creo sea importante decir de dónde era puesto que en sus palabras es posible notar su origen, tampoco supongo de interés para el conocimiento saber sobre su vida en el país ni lo que hiciese o dejara de hacer. Lo verdaderamente interesante es su problema.
** Cuando venía, por ahí del noventa y nueve, parecía ser un hombre trastornado. Tenía más de 50 años aunque realmente no sé su edad exacta puesto que nunca me la dijo. Siempre desarreglado, o por lo menos arreglado no según las convenciones sociales; su cabeza no tenía siempre el mismo peinado, parecía ser que la forma de amanecer en su cama (si es que la tenía) determinaba la dirección que tomarían sus greñas, porque eso eran, greñas. Por su cara podría decir que conocía el baño aunque en su más primitiva manifestación; tenía ojeras que lo hacían parecer un mapache aunque las disimulaba con los anteojos de armazón negro que se distinguían a varios metros de distancia. Las notas que presento abajo son la explicación más cercana que puede haber a las últimas palabras reconocibles como tales en las construcciones conversacionales que mantuve con Cabanhas.
[1] Durante las sesiones que tuvimos solía decir: “Tengo miedo de perder su nombre; de llegar a la extremosa situación de olvidar todo aquello que me ha dicho y no poder siquiera perder la conciencia de esto para hacerlo menos doloso…” ya para ese entonces él suponía una anomalía en sí mismo. No puedo negar haber creído que se trataba de una amnesia temporal, y sinceramente no sé qué me condujo a seguir consultándolo pero lo hice. En cada sesión era evidente su temor a olvidar, pero no un olvido común, sino uno que involucra perder más que la memoria, uno que representaba perder el único vínculo de felicidad que podía atarlo a él mismo y a su mundo. Hablaba de amar en demasía a una mujer, a veces decía su nombre y en otras ocasiones lo olvidaba; hablaba de el amor de su vida y de ser ella la única persona con la capacidad para rescatarlo de su locura, y siempre que se refería a ella lo hacía como si estuviera presente ante él, de hecho lo hacía como si nadie más existiera en ese momento, como si lo escuchara y le decía: “Amo você em demasia...”. Tiempo después fue común escuchar ese estribillo por cada intervención que hacía. No se daba cuenta de las formas que utilizaba cada vez que tomaba la palabra.
[2] Siempre que expresaba algo como:fue lunes o… domingo cuando comenzaron los síntomas. Recurrí a la memoria para saber cuál era el nombre del ônibus que necesitaba tomar, loma… y algo, tampoco lo recuerdo ahora…” generalmente lo acompañaba de un talvez seja certo. En una de las sesiones pudo notarse esto, el hecho de ser consciente de estar perdiendo la memoria lo hacía dudar de la certeza de todo cuanto decía, a la par podemos suponer que en su mente se construía un discurso que distaba diametralmente de lo enunciado y mientras parte de su cerebro le hacía creer que decía lo que quería, otra le hacía pensar que quizá lo dicho no tenía nada que ver con aquello que en su mente se construía.
                Para aquel momento ya sabía que no era una amnesia temporal causada por su fatigosa tarea de estudiar a Broca y Wernicke. Era una pérdida paulatina del sistema y código de la lengua que a lo mucho le llevaría pocos años en convertirse en una enfermedad sin reconocimiento por él mismo: era alexia con agrafia anosognósica.
[3] Ciertamente era un caso especial nunca antes visto. Como sabemos la afasia en el giro angular es un cuadro relativamente frecuente que puede ser el residuo de una afasia severa del tipo fluido (llamémosla verborrea), es decir, el contenido del discurso parece vacío de significado. Sin embargo, ésta complicación del Maestro no presentaba daño cerebral, ni siquiera era producto de algún ligero golpe; había algo más metafísico que lo producía. Parecía ser el resultado de un evento traumático de afectaciones psicológicas que, como en el caso de los niños que dejan de hablar después de una impresión muy fuerte, a él le impedía empatar las construcciones mentales con las producidas en su propio discurso. Lo curioso está en que repetía siempre esta frase cuando (supongo) se sentía atrapado por su propia incapacidad de comunicarse. Es una lástima que no sepa hablar su lengua porque eso me daría una visión más amplia de lo que intentó decir en las sesiones.
[4] Apenas existe la posibilidad de que las palabras signifiquen lo que suponemos significan; no sólo en nuestra lengua sino, también, cuando intentamos entender otra que nos es ajena. Quizá esta expresión sea sólo una parte de lo que realmente quiere significar, es decir, tal vez mi paciente no disminuía su conciencia por el carácter patológico que padecía, al contrario, la conciencia que yo como especialista le negaba (porque así la teoría o la incapacidad de dar respuesta a algo lo marcaba), hacía que él produjera una forma para poder comunicar lo más importante o lo que le parecía prioritario en la conversación. Así “Amo você em demasia” tal vez fuera lo primordial para él, no importaba qué recuerdo se borrara de su mente, lo importante era no olvidar que existía alguien a quien amaba. Seguido de “talvez seja certo”, su constante duda y su constante preocupación de decir lo que quiere. Luego “estou perto da loucura labirinticamente ilógica” que supongo era la manera más directa para decirme que ya su mente era consciente de que lo comunicado distaba mucho de como él lo deseaba. Y finalmente “dentro do meu peito mora” que sería el sentimiento de aflicción general provocado por esta paulatina patología psicológica de la que nunca pudo decirme qué la provocó. Aún hoy recuerdo las últimas palabras que dijera con supuesta lucidez: “lo que más me duele es tener olvidado el nombre más hermoso que jamás volveré escuchar…


Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Alexis (inédito)