miércoles, 18 de mayo de 2016

La sombra

El pensamiento siempre se me ha presentado como un fluir constante que, sin embargo, nunca me lleva a un lugar preciso y mucho menos exacto. Y es que hay que distinguir la esencia entre estos dos términos. Podemos decir que a un número entero como diez le dividimos entre tres, obteniendo dos posibles resultados, el primero de forma decimal 3.333… hasta el infinito, mismo que en su precisión tiende a la exactitud; mientras que el segundo, con una representación diferente: 1/3, está representando en cada uno de sus tercios la división más perfecta que el mundo pueda conocer; las fracciones son la expresión máxima de la exactitud.
            Recuerdo aquella ocasión. La tarde de ese día veía un programa acerca de la relatividad y la física cuántica. Concilié el sueño con las ideas aún revoloteando mi cabeza y, a media noche, vino a mí una voz diciéndome: ¡mira la luz! No puedo negar que en aquel primer contacto con las voces del interior fui víctima del miedo, pero hice caso y caminé hasta la ventana de mi habitación. Afuera hubo la luz de un farol que iluminaba la esquina de mi calle, hubo gente que a esas horas pasó y, ya casi vencido nuevamente por el sueño, hubo un auto que lentamente se accidentó en la esquina que mis cansados ojos vigilaban. Albert habló otra vez: ¿qué has visto, cómo lo has visto?
            Imaginé entonces que el accidente pudo haber ocurrido en un tiempo menos dilatado. Para que hubiese sido así, la sombra de donde salió el auto debió ser menos densa para que la luz de su reflejo me llegara más rápido, y de igual forma menos densa la oscuridad en que me hallaba para que su reflejo pudiese entrar en mis pupilas con mayor fluidez. La luz, que tiene una aceleración constante, hace que se determine el tiempo y la velocidad en que transcurren las cosas. No importa la hora en que sucedió el accidente sino la densidad de la oscuridad y la velocidad en que llegó a mí la luz que lo reflejó. Así, por ejemplo, si suponemos que el choque no fue aquí en la tierra, sino que ha sucedido en algún punto lejano de nuestra galaxia y que aun así nos es posible verlo, entonces, no observaríamos el presente de ese choque, lo que ante nuestros ojos se presentaría sería el pasado del acontecimiento, dilatado o compacto por la densidad del espacio u otras fuerzas existentes en el universo como la gravedad.
            Siempre preciso satisfacer mis dudas, averiguar qué causó el accidente me quita el sueño. Necesito encontrar la manera de viajar en el tiempo. Pienso frente a la ventana. La luz no siempre ha existido mas la sombra sí, luego me sería posible viajar en el tiempo si pudiese convertirme en ella, dado que no es el espacio sino la sombra por donde la luz transita; ese es su medio para evidenciar el correr del tiempo.
            Cómo ser sombra, cómo perder densidad. La mente también es un espacio; indescifrable, compleja y oscura, contiene a todo el universo y por lo tanto es el mejor medio para viajar. Cuando recordamos o soñamos nos acercamos al estado sombra, mismo que nos acelera más rápido que la luz y nos muestra los acontecimientos en un relativo presente. Sin embargo, de las ocho horas o menos que dormimos, ocupamos inconscientemente demasiado tiempo en repetir las imágenes que ya han sido guardadas en la memoria: en la sombra, y por ello no recordamos todos nuestros sueños.
            Duermo; no recuerdo la hora que era, ni el día ni el mes ni el año. Recuerdo haber visto un choque en la esquina de mi calle. Vuelve y ante mis ojos cerrados se presenta ¡He dilatado el tiempo! Pierdo densidad. Sin abrir los ojos comienzo a sentir que mis manos envuelven algo parecido a un tubo. Ellos evitan que mi mente reconozca lo que toco, tan acostumbrado está el sentir que preciso de ver todo cuanto hay para dar testimonio de verdad a la realidad que me comprime. Lentamente comienzo a abrirlos. Ahora puedo ver mis manos sostener un volante. Ya más abiertos me veo, estoy sentado en un auto y avanzo a gran velocidad sobre la calle que vigilaba desde mi ventana. Delante la luz de un farol desgarra la espesura de la oscuridad y se acelera hasta mí mostrando la sombra de alguna persona que en algún tiempo no muy lejano se interpuso en su camino. No puedo negarle este nuevo miedo a mi persona y reacciono como todos hemos de reaccionar ante lo desconocido. Piso el freno a fondo. Derrapo y luego la luz sobre mis ojos se apaga. Un dolor inmenso inunda mi cuerpo, tal vez la sangre pinte el aparatoso accidente de este yo fingido. Con la cabeza sobre el volante abro nuevamente los ojos y ahí estoy, en mi ventana, mirándome.
            No sólo dilaté el tiempo. Me aceleré tanto que alcancé a la luz en un momento muy atrás. Mi forma material y la poca experiencia en estos viajes hicieron de mí un azar que me condujo al cuerpo del conductor. Quizá exista una relación biunívoca entre la mente y la materia que me dirigió a través del espacio hasta este cuerpo que siento ajeno; sin embargo, sé que soy yo y que este cuerpo es el mismo que he tenido toda mi vida. Aun así cabe la duda puesto que, si hubiese caído en otra persona o algún animal, esa relación sería nula, y la voluntad o fijación sobre cualquier objeto del mundo concreto que ha sido mentado sería irrelevante para cualquier tipo de relación personal, ya que el referente concreto no bastaría para presentar la esencia real de aquello a lo que hemos dado un valor afectivo; en mi caso el cuerpo.
            Me veo ahí parado, observando el farol donde me he accidentado, pese a ello ya no puedo avisarme lo catastrófico del viaje puesto que muero en mi nuevo cuerpo. Me alejo de la ventana, qué angustia, he de estar por dormir. La sombra de ese yo en la habitación pasea por las paredes. Quiero salir y decirle: ¡no duermas, por favor, que muero! Pero ya nada puedo. El conocimiento es la ironía de la vida, nunca nos lleva a un buen fin.
            La lámpara de mi habitación parpadea y luego se apaga. Aquí sigo. Mi muerte se ha detenido porque no hay luz ni conciencia que la evidencie.

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: La sombra.

Nota: Este cuento apareció publicado en la Revista Opción no. 185 del ITAM, agradezco las correcciones que en esa publicación le hicieron al texto, son bastante buenas; sin embargo me sigue gustando más esta versión porque corresponde a la idea-intención que tiene el proyecto en que se encuentra. Ustedes pueden leer ambas, seguro es que les guste más la otra, es como mejor redactada:
https://issuu.com/opcionitam/docs/o_185_lowres

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