La mañana del 8 de junio de 1988
despertó más temprano de lo que regularmente lo hacía. En el reloj la hora era
intermitente, porque las pilas se iban acabando y la luz roja de sus números
bien podía indicar las cuatro, la una, las siete o las tres, según su voluntad.
Aquel miércoles, sentado en la cama esperó a que amaneciera para bajar a
desayunar con su madre, pero no lo hizo. Durante su corto sueño había estado en
movimiento y hubo perdido uno de sus calcetines. Cuando la madre subió a
buscarlo lo encontró saliendo por debajo de la cama con la cara de
incertidumbre; no había hallado nada. Durante algunos años estuvo perdiendo
objetos que quedaban sobre la cama: más calcetines, muñecos, monedas, canicas…
De igual forma en que perdía objetos ganaba escepticismo de parte de su familia
y eso le molestó demasiado pues, pese a ser un niño, el sentido de justicia
estaba presente en él. Quiso una respuesta.
De
niño supuso que las sombras que veía en su cuarto, aquellas con forma humana,
eran las causantes de las desapariciones, de los hurtos sigilosos de cuando
dormía. Un día fingió hacerlo y con el reojo vigiló a las sombras de su cuarto,
al comenzar a perder la vigilia vio una figura humana y encendió la lámpara de
su buró. Su pantalón, chamarra y algunos otros objetos eran los que conformaban
a la sombra, y entonces desechó ese supuesto. Pasaron por su cabeza ideas
extravagantes como monstruos, alienígenas, gnomos… y conforme crecía las
posibilidades se multiplicaban pero no así las respuestas satisfactorias.
En
1998, un objeto volvió sobre su cama; era uno de los tantos calcetines perdidos
hacía diez años atrás. Aunque su madre exigió que tirara los calcetines sin
par, prefirió guardarlos pues había en él una manía por la completud de los
objetos; si las canicas hubiesen sido dos como unidad seguro conservaría en
algún lugar su otredad, sin embargo, en el caso de los objetos perdidos, los
únicos que con dos hacían uno eran los calcetines. Buscó el par y los comparó;
ahora eran distintos. El que había guardado estaba más viejo que el recién
llegado. Se preguntó de nuevo cómo era posible eso que veía.
Los
azares que habían devuelto su calcetín fueron los mismos que le hicieron
conocer algunas teorías sobre los portales que transportan a la materia a otro
espacio/tiempo. Fue tal el impacto de lo que leyó que quiso probar lo mismo en
su casa; colocó una cámara que grabaría durante la noche, antes de dormir
colocaría algunos objetos sobre su cama y a la mañana siguiente revisaría el
video para saber: 1) si algún objeto desaparecía, o 2) si los objetos seguían
ahí, saber si en algún momento de la noche habían desaparecido y aparecido de
nuevo. No tuvo éxito.
Cuando
entró a la universidad se aseguró de poder desarrollar sus teorías y escogió la
carrera de Física en la Universidad del Estado de Puebla, sin embargo, nadie se
aventuraba a realizar dichos trabajos como los que él quería. Así fue que se
convirtió en autodidacta y leyó a Einstein y otros físicos cuánticos, leyó las
teorías de la relatividad, la de las ondas, la teoría de las cuerdas, la teoría
de los agujeros de gusano, incluso conoció los primeros pasos de João Magueijo
y de vez en cuando, para solventar sus gastos, se dedicaba a crear programas de
PC a pedido, según las necesidades de sus clientes.
Loco, algunas
personas lo llamaban así: loco. Aunque nadie sabía que él era el creador de
infinidad de objetos que servían y utilizaban desde las casas más pobres hasta
las más ostentosas; sus inventos también eran nacionales e internacionales,
pero nadie le agradecía. Su inquietud lo conformó como un ser metódico y
bastante analítico, su vida como inventor lo iba alejando lentamente de esa
fijación que tuvo de niño. El 22 de agosto de 2008, cuando llegó a casa,
encontró otro de los objetos que había perdido hacía más de quince años. Al
principio sólo tomó el objeto y lo guardó junto con el calcetín que había
regresado en 1998; para las cinco de la tarde, un cambio en la presión del aire
de su casa hizo que una hoja de papel se levantara de la mesa y deambulara
erráticamente por el espacio de la sala hasta caer al suelo. Fue entonces que
llegó a su mente aquella idea que fusionaba a la geometría analítica con los
eventos de su habitación. Subió a su cuarto y sin mover nada tomó una foto,
después empujó la lámpara de su buró y se dispuso a analizar la imagen.
Esto
fue lo que supuso. De igual modo que Ludwig Flamm se dio cuenta de que la
ecuación de los agujeros negros permitía una segunda solución y por ende
permitía hablar de un agujero blanco como contra parte, es decir, como salida a
la entrada representada por el agujero negro; así, Alessandro también supuso
que podía existir una determinación que favoreciera la transportación de la
materia a otro espacio/tiempo que, por supuesto, era posible conocer. Primero,
pensó que el lugar en donde habían desaparecido los objetos podía ser limitado
en cuanto a su dimensión, pues todos los objetos que habían sido abducidos
estuvieron a los pies de la cama. Segundo, pensó en la posibilidad de que
existiera algún tipo de combinación que permitiera la entrada y la salida a ese
espacio desconocido, una especie de llave (por ello movió la lámpara para saber
si en algo afectaba al fenómeno). Y por último, si había una forma de
reproducir el portal él conseguiría saber cuál era y cómo se haría.
Durante
algunos días estuvo analizando la foto en varios de los programas que tenía para
poder encontrar un patrón que le diera un poco de luz sobre el problema. Fue en
el día de la conmemoración a la muerte de su madre que halló algo. Mediante las
sombras que se podían ver en la foto pudo establecer una imagen tridimensional
de la cama y plantear una forma exclusiva en que ésta debía permanecer para
poder abrir la salida y sólo la salida, porque según la teoría física, la
entrada debía tener una otra forma en particular. Tras varios intentos de
colocar a la cama como aparecía en la foto, utilizando puntos de origen y
planos cartesianos, se dio cuenta de que se trataba de una combinación
tridimensional en donde la distancia entre varios de los puntos tendría que
hallarse mediante la ligera modificación de la ecuación básica:
Y
las coordenadas fueron infinitas ante la mente humana pero limitadas ante las
combinaciones posibles, de igual modo que la teoría de las ondas, cada punto
era importante en la conformación de lo que hasta este momento él llamó llave. Una vez descifrada ésta y supuesto
que no era la cama sino la cobija la que propiciaba el fenómeno por los
pliegues que llegaba a tomar con el movimiento, decidió inventar una tela con
nanobots que pudiera, por medio de un ordenador, colocarse en los puntos
exactos en que el portal se abría.
Y
volvieron los calcetines, las canicas, algunas cosas que no eran de él, objetos
de otras épocas, de otros presentes alternos, nada fuera de este mundo, fotos
de personas que desconocía y que le provocaron un sentimiento nostálgico y
melancólico por aquellos que las hubiesen perdido, y seguían saliendo objetos,
recuerdos… hasta que escuchó una voz del otro lado y un escalofrío recorrió
apresurado su cuerpo, como si al escalofrío también le hubiese dado miedo. Esta
perturbación no fue provocada en sí por la voz sino porque, gracias a esa
posibilidad humana de reconocer los rasgos paralingüísticos del habla, pudo
reconocer de igual modo que la voz era de una niña; lo que implicaba que, así
como había portales pequeños que podían transportar objetos minúsculos, también
los había de tamaños considerables como para poder abducir cosas más grandes:
personas. Cuando abrió de nuevo el portal la voz se había ido y se maldijo
porque imaginó a la pequeña gritando en aquel lugar desconocido en busca de
alguien que pudiera ayudarla, de él que había decidido cerrar por un momento el
portal. Esa noche estuvo pensando en la llave de entrada para aquella nueva
puerta.
No
es sorprendente saber que la halló. Allá en el barrio del tamborcito, en una
esquina solitaria alumbrada por un farol, se encontraba la entrada. Era la
noche el momento preciso en que se abría puesto que así son las determinaciones
del espacio/tiempo. Se preparó. Cada media hora la salida se abriría por cinco
minutos y proyectaría ráfagas de luz hacía el interior con la finalidad de
marcar el camino; llevó una lámpara porque no sabía cómo era el universo
paralelo y un cuchillo pensando que sería la mejor arma y herramienta que
pudiere necesitar. Fue ya entrada la noche que se puso cerca del farol; cobijado
por la luz parecía más una sombra que un humano.
Faltaba poco para que se abriera el portal. A lo
lejos las luces de un auto lo sorprendieron, venía a gran velocidad directo a
él, pero no quería perder la oportunidad de entrar pues la próxima posibilidad
de que abriera esa puerta sería dos años más adelante. Miró su reloj, el auto
se acercaba, cada vez más cerca y cada vez menos tiempo. De pronto se escuchó
un estruendo y el auto quedó desbaratado sobre el farol. La luz parpadeaba
asincopada, el pasajero abrió los ojos y estaba sólo. El rastro de Alessandro era
una sombra marcada en el pavimento con la ausencia de vida, con la ausencia de
su cuerpo.
Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Janua Sapientiae (inédito)
Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Janua Sapientiae (inédito)
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