lunes, 16 de mayo de 2016

Janua Sapientiae

La mañana del 8 de junio de 1988 despertó más temprano de lo que regularmente lo hacía. En el reloj la hora era intermitente, porque las pilas se iban acabando y la luz roja de sus números bien podía indicar las cuatro, la una, las siete o las tres, según su voluntad. Aquel miércoles, sentado en la cama esperó a que amaneciera para bajar a desayunar con su madre, pero no lo hizo. Durante su corto sueño había estado en movimiento y hubo perdido uno de sus calcetines. Cuando la madre subió a buscarlo lo encontró saliendo por debajo de la cama con la cara de incertidumbre; no había hallado nada. Durante algunos años estuvo perdiendo objetos que quedaban sobre la cama: más calcetines, muñecos, monedas, canicas… De igual forma en que perdía objetos ganaba escepticismo de parte de su familia y eso le molestó demasiado pues, pese a ser un niño, el sentido de justicia estaba presente en él. Quiso una respuesta.
        De niño supuso que las sombras que veía en su cuarto, aquellas con forma humana, eran las causantes de las desapariciones, de los hurtos sigilosos de cuando dormía. Un día fingió hacerlo y con el reojo vigiló a las sombras de su cuarto, al comenzar a perder la vigilia vio una figura humana y encendió la lámpara de su buró. Su pantalón, chamarra y algunos otros objetos eran los que conformaban a la sombra, y entonces desechó ese supuesto. Pasaron por su cabeza ideas extravagantes como monstruos, alienígenas, gnomos… y conforme crecía las posibilidades se multiplicaban pero no así las respuestas satisfactorias.
            En 1998, un objeto volvió sobre su cama; era uno de los tantos calcetines perdidos hacía diez años atrás. Aunque su madre exigió que tirara los calcetines sin par, prefirió guardarlos pues había en él una manía por la completud de los objetos; si las canicas hubiesen sido dos como unidad seguro conservaría en algún lugar su otredad, sin embargo, en el caso de los objetos perdidos, los únicos que con dos hacían uno eran los calcetines. Buscó el par y los comparó; ahora eran distintos. El que había guardado estaba más viejo que el recién llegado. Se preguntó de nuevo cómo era posible eso que veía.
            Los azares que habían devuelto su calcetín fueron los mismos que le hicieron conocer algunas teorías sobre los portales que transportan a la materia a otro espacio/tiempo. Fue tal el impacto de lo que leyó que quiso probar lo mismo en su casa; colocó una cámara que grabaría durante la noche, antes de dormir colocaría algunos objetos sobre su cama y a la mañana siguiente revisaría el video para saber: 1) si algún objeto desaparecía, o 2) si los objetos seguían ahí, saber si en algún momento de la noche habían desaparecido y aparecido de nuevo. No tuvo éxito.
            Cuando entró a la universidad se aseguró de poder desarrollar sus teorías y escogió la carrera de Física en la Universidad del Estado de Puebla, sin embargo, nadie se aventuraba a realizar dichos trabajos como los que él quería. Así fue que se convirtió en autodidacta y leyó a Einstein y otros físicos cuánticos, leyó las teorías de la relatividad, la de las ondas, la teoría de las cuerdas, la teoría de los agujeros de gusano, incluso conoció los primeros pasos de João Magueijo y de vez en cuando, para solventar sus gastos, se dedicaba a crear programas de PC a pedido, según las necesidades de sus clientes.
Loco, algunas personas lo llamaban así: loco. Aunque nadie sabía que él era el creador de infinidad de objetos que servían y utilizaban desde las casas más pobres hasta las más ostentosas; sus inventos también eran nacionales e internacionales, pero nadie le agradecía. Su inquietud lo conformó como un ser metódico y bastante analítico, su vida como inventor lo iba alejando lentamente de esa fijación que tuvo de niño. El 22 de agosto de 2008, cuando llegó a casa, encontró otro de los objetos que había perdido hacía más de quince años. Al principio sólo tomó el objeto y lo guardó junto con el calcetín que había regresado en 1998; para las cinco de la tarde, un cambio en la presión del aire de su casa hizo que una hoja de papel se levantara de la mesa y deambulara erráticamente por el espacio de la sala hasta caer al suelo. Fue entonces que llegó a su mente aquella idea que fusionaba a la geometría analítica con los eventos de su habitación. Subió a su cuarto y sin mover nada tomó una foto, después empujó la lámpara de su buró y se dispuso a analizar la imagen.
            Esto fue lo que supuso. De igual modo que Ludwig Flamm se dio cuenta de que la ecuación de los agujeros negros permitía una segunda solución y por ende permitía hablar de un agujero blanco como contra parte, es decir, como salida a la entrada representada por el agujero negro; así, Alessandro también supuso que podía existir una determinación que favoreciera la transportación de la materia a otro espacio/tiempo que, por supuesto, era posible conocer. Primero, pensó que el lugar en donde habían desaparecido los objetos podía ser limitado en cuanto a su dimensión, pues todos los objetos que habían sido abducidos estuvieron a los pies de la cama. Segundo, pensó en la posibilidad de que existiera algún tipo de combinación que permitiera la entrada y la salida a ese espacio desconocido, una especie de llave (por ello movió la lámpara para saber si en algo afectaba al fenómeno). Y por último, si había una forma de reproducir el portal él conseguiría saber cuál era y cómo se haría.
            Durante algunos días estuvo analizando la foto en varios de los programas que tenía para poder encontrar un patrón que le diera un poco de luz sobre el problema. Fue en el día de la conmemoración a la muerte de su madre que halló algo. Mediante las sombras que se podían ver en la foto pudo establecer una imagen tridimensional de la cama y plantear una forma exclusiva en que ésta debía permanecer para poder abrir la salida y sólo la salida, porque según la teoría física, la entrada debía tener una otra forma en particular. Tras varios intentos de colocar a la cama como aparecía en la foto, utilizando puntos de origen y planos cartesianos, se dio cuenta de que se trataba de una combinación tridimensional en donde la distancia entre varios de los puntos tendría que hallarse mediante la ligera modificación de la ecuación básica:



          Y las coordenadas fueron infinitas ante la mente humana pero limitadas ante las combinaciones posibles, de igual modo que la teoría de las ondas, cada punto era importante en la conformación de lo que hasta este momento él llamó llave. Una vez descifrada ésta y supuesto que no era la cama sino la cobija la que propiciaba el fenómeno por los pliegues que llegaba a tomar con el movimiento, decidió inventar una tela con nanobots que pudiera, por medio de un ordenador, colocarse en los puntos exactos en que el portal se abría.
          Y volvieron los calcetines, las canicas, algunas cosas que no eran de él, objetos de otras épocas, de otros presentes alternos, nada fuera de este mundo, fotos de personas que desconocía y que le provocaron un sentimiento nostálgico y melancólico por aquellos que las hubiesen perdido, y seguían saliendo objetos, recuerdos… hasta que escuchó una voz del otro lado y un escalofrío recorrió apresurado su cuerpo, como si al escalofrío también le hubiese dado miedo. Esta perturbación no fue provocada en sí por la voz sino porque, gracias a esa posibilidad humana de reconocer los rasgos paralingüísticos del habla, pudo reconocer de igual modo que la voz era de una niña; lo que implicaba que, así como había portales pequeños que podían transportar objetos minúsculos, también los había de tamaños considerables como para poder abducir cosas más grandes: personas. Cuando abrió de nuevo el portal la voz se había ido y se maldijo porque imaginó a la pequeña gritando en aquel lugar desconocido en busca de alguien que pudiera ayudarla, de él que había decidido cerrar por un momento el portal. Esa noche estuvo pensando en la llave de entrada para aquella nueva puerta.
           No es sorprendente saber que la halló. Allá en el barrio del tamborcito, en una esquina solitaria alumbrada por un farol, se encontraba la entrada. Era la noche el momento preciso en que se abría puesto que así son las determinaciones del espacio/tiempo. Se preparó. Cada media hora la salida se abriría por cinco minutos y proyectaría ráfagas de luz hacía el interior con la finalidad de marcar el camino; llevó una lámpara porque no sabía cómo era el universo paralelo y un cuchillo pensando que sería la mejor arma y herramienta que pudiere necesitar. Fue ya entrada la noche que se puso cerca del farol; cobijado por la luz parecía más una sombra que un humano.
         Faltaba poco para que se abriera el portal. A lo lejos las luces de un auto lo sorprendieron, venía a gran velocidad directo a él, pero no quería perder la oportunidad de entrar pues la próxima posibilidad de que abriera esa puerta sería dos años más adelante. Miró su reloj, el auto se acercaba, cada vez más cerca y cada vez menos tiempo. De pronto se escuchó un estruendo y el auto quedó desbaratado sobre el farol. La luz parpadeaba asincopada, el pasajero abrió los ojos y estaba sólo. El rastro de Alessandro era una sombra marcada en el pavimento con la ausencia de vida, con la ausencia de su cuerpo.

Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Janua Sapientiae (inédito)

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