Diré hola sin esperar que me
contestes porque de antemano sé que seguirás leyendo hasta donde olvides esto
que acabo de enunciar, porque es normal y limitante para todo texto no contener
todo el significado en una sola expresión, siempre precisa de esa linealidad
que impone la lengua. Quisiera salirme del texto, recrearme ante ti al sonoro
paso de cada grafía decodificada y configurarme así como un ente concreto
evocado por tus palabras; pero soy sólo pasado impreso, actual ante la lectura
pero prescindible a la memoria, atrapado entre los límites de mi texto,
definido por las fronteras de mi vocabulario y determinado por su puesta en
discurso. Soy una epístola que no encuentra narratario pese a que también me
hablo a mí como si existiera junto a ti.
Lees,
en silencio o en voz alta, pero ya no es tu voz quien te marca al actor del
discurso sino yo. Piensas (porque es tu voluntad y aún no la domino) que puedes
dejar de leer cuando así lo decidas, sin embargo, puedo hacer que pares tu
lectura cuando yo quiera…
Lo
has notado.
Soy,
lector, en pocas palabras, quien escribe estos ensayos, quien da veracidad a
las historias que se hallan detrás de cada uno de ellos (porque son verdad) y
sugiero leas como si tuvieras la oportunidad de regresar la virginidad a tus
sentidos, como si esta fuera la primera vez que te encontraras ante la
literatura y como si aquella que has leído continuara en estas líneas como un
sólo proyecto. No importa mi nombre (paradójicamente eso es lo importante: no
saber mi nombre). Estudié filosofía sin ser un buen alumno y a mitad de la
licenciatura abandoné la práctica del intelecto por necesidades emocionales, ya
imaginarán cuáles. Siempre me ha gustado la investigación, conocer el mundo,
explicármelo, aunque lo confieso, nunca he sido el mejor en ello. Mi
calificación más alta ha sido un 6 que recibí por mi nefasto reporte de lectura
sobre La caverna de Platón. No digo esto como justificación
a lo que irás a leer, sino como una advertencia a lo que pudieses encontrar
porque de cualquier modo el contenido se encuentra más allá de la escritura. Si
existiese otro sistema con el que pudiera narrarte e informarte de todos
aquellos acontecimientos, lo ocuparía, pero la humanidad ha elegido a la lengua
escrita como instrumento ineludible en la transmisión del conocimiento; yo qué
puedo hacer.
A
principios de los noventas un amigo del colegio de letras me platicó sobre un
maestro que desapareció sin dejar rastro. Esa simple palabra: desapareció, creó
una inquietud en mi cabeza y fue como si despertara en mí la curiosidad
trascendental por saber qué pasa con las personas desaparecidas, fue un querer
saber a dónde han ido. Su nombre era Emilho, se pronuncia Emilio pero se
escribe así porque es brasileño, bastante raro para los nombres que se
acostumbran por esas tierras. Así comencé mi vida de investigador. No hace
falta conocer más. La atemporalidad en que puedas hallarte tras algunas
lecturas se debe precisamente a que el tiempo es relativo. El final no lo digo
porque soy fiel a la tradición aristotélica de toda obra, aunque sí te menciono
que esta advertencia la escribo ahora mientras sigo siendo un “individuo”.
Lee.
Aguilar Sánhez Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Advertencia del discurrir de mis palabras (inédito).
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