A Chiquini
Tal vez lo hayan notado, las
matemáticas no son exactas y mucho menos precisas; basta con observar los
infinitos centavos que nos roban en el supermercado o en el cajero automático;
incluso el mismo Arquímedes, al pretender encontrar el valor más cercano a π,
notó lo apasionante y catastrófico que resultaba para la mente humana pensar
que el infinito podía estar contenido en un espacio de micro-magnitud. Y es que
la mente humana está tan acostumbrada a pensar el mundo de forma entera y en
macro-magnitudes, que todo aquello fuera de esta percepción se convierte en
inverosímil. Así pues, nuestros sistemas numéricos están basados en unidades
enteras abstractas; sin embargo, existe en el mundo un sistema numérico que
tiende siempre a cero, porque de hecho esa es su base numérica: cero.
“Como sabemos [dice Al-Dei Jubal] existen diferentes bases para nuestros
sistemas numéricos variando de cultura en cultura; el nuestro, por ejemplo,
tiene una base de diez o, por comparación, la base de los franceses es veinte
al igual que la de los pueblos de la antigua mesoamérica. Todos y cada uno de
ellos depende de otro sistema para poder ser operativos; así pues, los Mayas y
los Aztecas ocuparon el sistema de casillas para sintetizar expresiones de
macro-cantidades (que pudieron haber sido infinitas). Algo similar a la
expresión quatre-vingt del francés.”
Esta
base numérica de cero es heredada, según Al-Dei, del antiguo libro sagrado Sojar,[1]
del cual surgieran muchos de los mitos creacionistas del mundo judeocristiano.
Nuestro ilustre músico afirma que las reflexiones más profundas del libro giran
en torno al origen del “todo”, como una idea materializada gracias a la
capacidad de la lengua para nombrar el mundo. Así, Dios crea el mundo a partir
de poder nombrarlo y de poder concretar, en veintidós elementos, sus formas y
funciones. Los pasajes más interesantes del libro son: La expulsión de Dios del paraíso y La incapacidad del olvido. El primero cuenta que después de haber
creado al hombre y a la mujer, Dios prohíbe alimentarse del árbol de la
sabiduría por temor a perder el control sobre su propia creación; no obstante,
el problema no es en sí la creación sino lo que él, como Dios, le otorga al
hombre como capacidad particular: la razón. Adán, crítico de la situación y
atisbando la esclavitud venidera, decide junto con Eva, en franco careo con
Dios, comer del árbol y expulsarlo a él de El
Paraíso. Según el libro, esto le otorgará al hombre la libertad y el fin del
temor. No obstante, sabemos que durante años el hombre de poca decisión ha
intentado perdonarlo y concederle la posibilidad de regresar a lo que hubo
creado, incluso, una de las artimañas más crueles, que el mismo Dios ha
ejecutado para esto, fue ver morir a su supuesto hijo por el vicio en que se
hubo convertido el deseo de retornar al hombre.
El
segundo pasaje es el que habla precisamente del cero como base numérica. Una
vez expulsado del paraíso, Dios crea el cero como definición de todos y cada
uno de los números, es decir, cada uno de ellos vale por el único número que no
pueden representar y que es de naturaleza infinita. A diferencia del sistema
lingüístico, donde los elementos tienen un orden determinado según sus
contextos y carecen de periodicidad aparente, el sistema numérico no está
determinado por el contexto y sí presenta periodicidad. Además, en el primero
cada elemento vale por oponerse a todos los del sistema aunque entre ellos se
pueda crear un discurso que hable de un elemento en particular, es decir,
existe la posibilidad de que los elementos nombren a otros del sistema (metalenguaje),
en tanto que en el segundo, valen por oponerse a los otros del sistema y por no
poder contener en sí mismos ni en combinación a todos los demás. Por ello, el
cero es la expresión máxima de todo sistema numérico, no puede representarse
con otro número pero éste sí puede representar a todos; cada número que
nombramos evoca por adhesión al cero. Luego, cero es igual a “origen”.
Al-Dei
Jubal, en sus reflexiones sobre la base numérica cero, expresa que éste
representa a Dios por asociación al origen del todo. Y de igual modo afirma que
los religiosos al orar están haciendo una serie de representaciones numéricas
con el afán de evocar, atraer y perdonar a Dios, para aceptarlo nuevamente en
esa relación creado/creador. Pese
a que el “Dios” mantiene firme su religión humana invocando el perdón dentro de
cada número/oración, su existencia se va debilitando. Dice Al-Dei Jubal: escoger un número para ser presencia eterna,
no es más que apostar la existencia a la in-concreción, en otras palabras, Dios
pensó que la utilidad de los números en los hechos cotidianos de los humanos,
haría que lo tuviésemos presente todo el tiempo, sin embargo, parece que no
contó con la posibilidad de personas capaces de hacer de los números
abstracciones. Los números son eso: conceptos, y por lo tanto el infinito es
irracional, Dios es una idea irracional.
¿Cuántas veces Dios habrá
suplicado al hombre volver a esa relación, se pregunta Al-Dei, si la concepción
de los sistemas numéricos en una serie infinita lleva entre cada uno de sus
elementos una partición aun más infinita? Los números para Jubal son una
relación con el Creador que depende solamente de la concepción humana. ¿Será
imposible el olvido si todo remite a la fuente? ¿Acaso estamos debilitando la
existencia de esa fuente? No importa la respuesta, Dios firmó su sentencia
hacia la tendencia del olvido mediante la irracionalidad de los números. Así todo
es irracional como el infinito porque al final de cuentas todo es un concepto.
Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: El Infinito (inédito)
[1] Debo aclarar que no es el
mismo que se conoce como “Sohar”, pues éste último fue escrito algunos cientos
de años después.
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