domingo, 17 de julio de 2016

El Infinito

A Chiquini

Tal vez lo hayan notado, las matemáticas no son exactas y mucho menos precisas; basta con observar los infinitos centavos que nos roban en el supermercado o en el cajero automático; incluso el mismo Arquímedes, al pretender encontrar el valor más cercano a π, notó lo apasionante y catastrófico que resultaba para la mente humana pensar que el infinito podía estar contenido en un espacio de micro-magnitud. Y es que la mente humana está tan acostumbrada a pensar el mundo de forma entera y en macro-magnitudes, que todo aquello fuera de esta percepción se convierte en inverosímil. Así pues, nuestros sistemas numéricos están basados en unidades enteras abstractas; sin embargo, existe en el mundo un sistema numérico que tiende siempre a cero, porque de hecho esa es su base numérica: cero.
           “Como sabemos [dice Al-Dei Jubal] existen diferentes bases para nuestros sistemas numéricos variando de cultura en cultura; el nuestro, por ejemplo, tiene una base de diez o, por comparación, la base de los franceses es veinte al igual que la de los pueblos de la antigua mesoamérica. Todos y cada uno de ellos depende de otro sistema para poder ser operativos; así pues, los Mayas y los Aztecas ocuparon el sistema de casillas para sintetizar expresiones de macro-cantidades (que pudieron haber sido infinitas). Algo similar a la expresión quatre-vingt del francés.”
            Esta base numérica de cero es heredada, según Al-Dei, del antiguo libro sagrado Sojar,[1] del cual surgieran muchos de los mitos creacionistas del mundo judeocristiano. Nuestro ilustre músico afirma que las reflexiones más profundas del libro giran en torno al origen del “todo”, como una idea materializada gracias a la capacidad de la lengua para nombrar el mundo. Así, Dios crea el mundo a partir de poder nombrarlo y de poder concretar, en veintidós elementos, sus formas y funciones. Los pasajes más interesantes del libro son: La expulsión de Dios del paraíso y La incapacidad del olvido. El primero cuenta que después de haber creado al hombre y a la mujer, Dios prohíbe alimentarse del árbol de la sabiduría por temor a perder el control sobre su propia creación; no obstante, el problema no es en sí la creación sino lo que él, como Dios, le otorga al hombre como capacidad particular: la razón. Adán, crítico de la situación y atisbando la esclavitud venidera, decide junto con Eva, en franco careo con Dios, comer del árbol y expulsarlo a él de El Paraíso. Según el libro, esto le otorgará al hombre la libertad y el fin del temor. No obstante, sabemos que durante años el hombre de poca decisión ha intentado perdonarlo y concederle la posibilidad de regresar a lo que hubo creado, incluso, una de las artimañas más crueles, que el mismo Dios ha ejecutado para esto, fue ver morir a su supuesto hijo por el vicio en que se hubo convertido el deseo de retornar al hombre.
            El segundo pasaje es el que habla precisamente del cero como base numérica. Una vez expulsado del paraíso, Dios crea el cero como definición de todos y cada uno de los números, es decir, cada uno de ellos vale por el único número que no pueden representar y que es de naturaleza infinita. A diferencia del sistema lingüístico, donde los elementos tienen un orden determinado según sus contextos y carecen de periodicidad aparente, el sistema numérico no está determinado por el contexto y sí presenta periodicidad. Además, en el primero cada elemento vale por oponerse a todos los del sistema aunque entre ellos se pueda crear un discurso que hable de un elemento en particular, es decir, existe la posibilidad de que los elementos nombren a otros del sistema (metalenguaje), en tanto que en el segundo, valen por oponerse a los otros del sistema y por no poder contener en sí mismos ni en combinación a todos los demás. Por ello, el cero es la expresión máxima de todo sistema numérico, no puede representarse con otro número pero éste sí puede representar a todos; cada número que nombramos evoca por adhesión al cero. Luego, cero es igual a “origen”.
            Al-Dei Jubal, en sus reflexiones sobre la base numérica cero, expresa que éste representa a Dios por asociación al origen del todo. Y de igual modo afirma que los religiosos al orar están haciendo una serie de representaciones numéricas con el afán de evocar, atraer y perdonar a Dios, para aceptarlo nuevamente en esa relación creado/creador.         Pese a que el “Dios” mantiene firme su religión humana invocando el perdón dentro de cada número/oración, su existencia se va debilitando. Dice Al-Dei Jubal: escoger un número para ser presencia eterna, no es más que apostar la existencia a la in-concreción, en otras palabras, Dios pensó que la utilidad de los números en los hechos cotidianos de los humanos, haría que lo tuviésemos presente todo el tiempo, sin embargo, parece que no contó con la posibilidad de personas capaces de hacer de los números abstracciones. Los números son eso: conceptos, y por lo tanto el infinito es irracional, Dios es una idea irracional.
           ¿Cuántas veces Dios habrá suplicado al hombre volver a esa relación, se pregunta Al-Dei, si la concepción de los sistemas numéricos en una serie infinita lleva entre cada uno de sus elementos una partición aun más infinita? Los números para Jubal son una relación con el Creador que depende solamente de la concepción humana. ¿Será imposible el olvido si todo remite a la fuente? ¿Acaso estamos debilitando la existencia de esa fuente? No importa la respuesta, Dios firmó su sentencia hacia la tendencia del olvido mediante la irracionalidad de los números. Así todo es irracional como el infinito porque al final de cuentas todo es un concepto.


Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: El Infinito (inédito)


[1] Debo aclarar que no es el mismo que se conoce como “Sohar”, pues éste último fue escrito algunos cientos de años después.

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