viernes, 8 de abril de 2016

La llave de regreso

A mi hermano Renes(i)to

Las palabras de DunkelBlau siempre me sacaban una larga sonrisa, más cuando nadie entendía lo que decía: El hombre ha de ser Dios, su manifestación concreta en este mundo, por eso no hay una religión, sino muchas, porque en cada ser que habita este mundo hay una conexión sagrada con él, con la naturaleza; todos reíamos: ¡Ya estás pedo! Recuerdo que en algunas reuniones lo evitábamos, no era que nos cayera mal, era simplemente que no siempre estábamos en la mejor de las disposiciones para oír tonterías, menos cuando los dogmas se instauran en nosotros como monolitos inamovibles; así él, que siempre quiso hacernos ver un mundo distinto, uno mejor y más simple, aun con todo y lo malo que tenía, era el objeto de nuestras sonrisas divertidas en las borracheras que solíamos tener.
       La noche del ocho de agosto, en el aniversario luctuoso cuarenta y cinco de su madre, me dijo con ojos vidriosos: ¿Te imaginas qué mundo de posibilidades se abren cuando hay estados comáticos?; No te entiendo, a qué viene eso; Pues es simple, imagina la esperanza que guarda cada familiar en que algún día vuelva en sí su comático; ¿Comático? Comatoso, ¿no?; Sí, que está en coma; Ah ¿volviste a beber?; No; ¿Entonces qué tienes? tu pregunta me confunde; Nada, pero sólo imagina cada una de las posibles acciones que un familiar tomaría para hacer reaccionar a su comático; Son muchísimas; Exacto, he ahí el problema, hay un reflejo de este mundo grande y complejo en ese preciso momento, digamos que en la misma proporción en que ignoramos, intentamos erradamente las soluciones; O sea que si supiéramos salvaríamos a los “comáticos”; Exacto, el “saber” o “conocer” nos centra en las soluciones, en discriminar las opciones que no resultarán… Poco más recuerdo, el alcohol no mezcla bien con la memoria.
     Me pregunto ahora, qué será necesario saber para ayudar a un paciente en coma; quizá esa exploración tenía DunkelBlau. Cuando tenía diecisiete años, mi tía Bárbara me dijo que a los que caen en coma muchas veces les ponen música que les gusta para que intenten reaccionar, que había habido casos en que esas personas despertaban. Tal vez, esto de la música sea ya un saber, pues ha resultado; pero dentro de nuestra ignorancia qué será lo que hace la gente. DunkelBlau tenía una gran influencia sobre mí, el tema me interesó y entonces pregunté a varias personas: hacerle cosquillas en los pies, darle un soplo con humo de cigarro para que tosa, darle un beso, pellizcarle, hacer que la novia o esposa le hable al oído para llamarle de regreso, con un toque de mois o un ajo doble impresión. ¿De regreso? A dónde van, qué pasa en el cuerpo que la mente o la conciencia, o qué sé yo, lo abandona al grado de no moverse. Ese estado es como una muerte anacrónica, adelantada, desfasada de su tiempo. En internet abundan los relatos de personas que volvieron en sí después de semanas, meses, años, en estado de coma; sin embargo todas son demasiado fantasiosas, son del mismo tipo que las historias de abducciones o de gente que ha visitado el más allá.
     Después de algún tiempo de sobriedad volví a encontrarme con DunkelBlau; al parecer había hallado una forma no probada de hacer que la gente en estado de coma regresara a este mundo: Ah mi estimado, Ernesto, la solución ha estado frente a nuestros ojos por miles de años y nunca la habíamos visto; es fácil, sólo necesitamos la llave que nos deje salir de la mente. Claro, no entendí nada, su discurso fue una serie de ejemplos a los que no encontré la más mínima ilación; decía, por ejemplo, que si la historia de la humanidad es como una cerradura, cada hecho, cada evento o fenómeno en nuestro mundo, al determinarnos en el futuro, luego es como una llave que va cerrando la historia; que si el naufragio de Alvar, que sí Cortés; dijo algo de los moros en España, de los pueblos helenos, los germanos, ya ni recuerdo bien. Que todo eso es un ápice en una llave que cierra la historia y nos guarda a todos en el mismo contexto: el mundo. Y que si esa historia nos va encerrando en esta habitación cultural, seguro el hecho de aprender cómo surgen los ápices de la llave nos puede liberar. De ahí el calco hacia nuestra llave de regreso, hacia la llave de la conciencia. Estuve a punto de pararlo, sabía que me confundiría: …es como cuando sueñas y te das cuenta que estás soñando, algo te jala hacia afuera; eso es el resultado de la llave, de tomar conciencia; pues bien, mi querido Ernesto, ya no te aburro más, cada cual debe comenzar a hacer su propia llave por si algún día necesitamos ser regresados a este mundo; ¿Y cuál es?; ¿Cuál es qué?; ¿Cuál es tu llave?; Ah, quizá una lista de reproducción con las canciones que me gustan; ¿Sólo música? No es cualquier música y no es cualquier orden, de eso se trata la llave de la conciencia, de que nuestro cerebro sepa que está inconsciente y regrese, por eso es importante pensar bien la llave. Cuídate amigo.
      Esa hubiera sido la explicación más sencilla, incluso lógica. Quizás el oído sea el único sentido que podamos asegurar como activo en el estado de coma, quién sabe, por ello necesitamos que un fenómeno acústico nos dé la señal de que estamos en coma, que nos haga conscientes. Tan simple como eso, para qué hablar de Cabeza de Vaca. Dije, mi llave entonces tendría que ser de puras canciones que me desagraden, no sé, tal vez Sabina, Bunbury, el guatemalteco ese que se cree poeta, no sé; tal vez canciones de ellos para que mi mente diga: ¡no, eso no puede estar pasando! Pues con esas ideas dormí aquel día muy tranquilamente ya que el método de DunkelBlau me reconfortaba en caso de volverme comático. Era un cuatro de diciembre. Tres días antes del accidente.
     A las siete veintisiete, dos accidentados llegaron al hospital de San Manuel. Uno de ellos no sobrevivió; el otro era DunkelBlau, estable pero inconsciente. Yo estaba con su familia cuando el doctor dio la noticia de que el paciente había caído en estado de coma. Sorprendente; mientras la familia intentaba no llorar, en mi cabeza decía: No hagas eso Dun…, algo me hacía pensar que la poderosa mente de mi amigo había provocado su propio estado. Como para poner a prueba su teoría. Cuando me permitieron subir su hermana estaba con él, le tomaba la mano y la acariciaba mientras suspiraba dolorosamente, como si en ella existiera ya una resignación a la muerte de mi amigo: ¿Quieres estar a solas con él? Asentí y entonces platiqué con él, le pedí que reaccionara o me diera una señal para regresarlo al mundo. Su respuesta siempre era la quietud y el sonido del respirador. Le dije buscaré tu llave, Dun… porque tienes que regresar, por tu familia. Salí del hospital y fui directamente a su casa, en algún lugar debe estar escondida. Revisé los cajones de su escritorio, había escritos, cartas, una foto de Sarai que miré detenidamente, por qué guardaba lo que tanto le lastimaba, quién sabe. La guardé en el bolsillo para llevársela. En su librero quise buscar pero eran tantos los libros que en cuál de ellos podía estar. Es más, ni siquiera sabía cómo sería la llave, no sabía si sería un papel entre las hojas de un libro, unas notas en hojas sueltas, palabras ocultas en la base de los libros, o los acrósticos lusoespañoles que tanto le agradaban. No sabía cómo buscar. Fui a su habitación, siempre desordenada, tomé sus libretas, las hojee, miré a través del espejo por si había guardado una nota de reflejo, revisé las manchas de la ventana. Era un mundo infinito de posibilidades tomando en cuenta que a DunkelBlau siempre le gustó generar nuevos códigos de comunicación, cuando no escribía moviendo las letras del alfabeto, escribía con dobles sentidos en otras lenguas, o utilizando los falsos significados de las palabras para decir con ironía lo que verdaderamente quería decir. Creo que maldije por un momento esa condición que tenía de intentar burlar todo. Quería mirar las estrellas e intentar, como él, al leer “la escritura del Dios” descifrar su llave en la posición de los cuerpos celestes. No encontré nada. Estaba desesperado.
      Los días pasaron, DunkelBlau no reaccionaba. Sus hermanas se turnaban para estar con él y su papá también entraba para platicar de Carlo Magno o de la Segunda Guerra mundial. Los conocidos de a poco fuimos pasando. La foto de Sarai estaba a lado de él. Cuando no estaba en el hospital o en el trabajo, aprovechaba para dar leídas continuas a sus cosas, pues quizá en una de tantas encontraba la dichosa llave. Hubo un tiempo en el que pensé que eso era una simple idea sembrada en mí, como una más de las esperanzas en el ser humano. No obstante quería agotar todas las posibilidades para hacerlo reaccionar. Incluso busqué la forma de comunicarme con Sarai, pero hasta ese momento no podía dar con ella.
       El veintidós de diciembre de dos mil cuarenta y cinco, un día antes de su cumpleaños, me llegó la noticia de que la familia había decidido dar por terminada la travesía del coma. Justo en el día de su cumpleaños y a las seis de la tarde como cuando nació, tal cual él lo había expresado en algún momento durante reuniones familiares, sería desconectado. Obvio no podía aceptar que mi amigo me dejara así sin dar una última lucha. Hablé con la familia para que me permitieran seguir buscando. Mi plazo fue el mismo: seis de la tarde de mañana, si no hay nada, lo dejaremos descansar.
      Fui de nuevo a su casa: ¡la computadora! Cuál será la contraseña. No fue difícil saberla pues en él era de sospechar el nombre de alguna chica que haya querido mucho como parte de la contraseña; después de intentar varias en un papel, discriminé para que me quedaran tres. Con la segunda entré. Revisé las carpetas y nada que indicara algo para salvarlo. Había una lista de reproducción que decía: “para cuando me muera”, la guardé en el celular y en el camino de regreso al hospital la fui escuchando: la Martiniana, el Dios nunca muere, Tierra de luz, Europa… cuando llegué al hospital le dije a una amiga que pusiera esa lista de reproducción a sonar junto a él, pero que la pusiera al revés, para que si escuchaba las canciones supiera que no moría. Salí de nuevo, fui a su trabajo, pedí permiso para revisar su escritorio y sus compañeros me miraron extrañados. Ahí, en la pizarra de cumpleaños del mes estaba su nombre y junto algo que decía “lista de deseos”. Leí: Gracias amigos, de verdad no quiero pedirles nada como para mí, sino que algún día lean el ensayo que envié a la revista de la universidad y que esperemos ahora sí quede para publicarse. Le pregunté a Rosarito cuál era ese artículo: según decía que se llamaba algo así de los dóciles o la fábrica de dóciles… algo así. Revisé de nuevo la computadora de la oficina, nada. En su casa seguro estaba. Abrí de nuevo la lap y en las carpetas una decía: textos, en ella un archivo que efectivamente se llamaba “La fábrica de dóciles”: …tal vez una llave nos libere, como cuando caemos en coma; así yo, por ejemplo, tengo por ahí guardada mi llave entre Machado de Assis y Augusto dos Anjos… Ahí estaba.
     Revisé el librero, Nenhum Olhar, O Perfumista, Quincas Borba, Memorias Póstumas de Bras Cubas, Eu y nada, ni un papelito, puras notas de las traducciones que a veces hacía. Cuál de entre todos los que no estaban en su lugar. Supe que Manuel Bandeira era el indicado, de los pocos libros que tenía de autores del Brasil, ese era el único que no estaba en su lugar y el que podía quedar entre Machado y dos Anjos. Esta vez no lo hojee, simplemente lo sacudí y de él cayó un papel:

Ernesto, querido amigo:

Te hablaré como si estuviéramos frente a frente. Yo sabía que encontrarías este papel, eres el único en quien puedo confiar mis divagaciones teóricas, aunque sé que a veces es difícil explicarme, sin embargo tú me escuchas no por obligación, sino porque sé que algo de mi palabra te intriga; sé por ejemplo que después de haber platicado de “la llave de regreso” has buscado las formas adecuadas para hacer la tuya; es más, te podría asegurar que has escogido poner a las canciones de Arjona en una lista de reproducción, pues no sólo a ti, sino a millones de personas que tenemos un poquito de criterio nos disgusta en demasía ese tipo (es una pena que en la letra no se pueda notar que esto lo digo riendo, burlándome), y si no es él, seguro es Bunbury o Joaquín; hay personas que conocemos tan bien que sabemos qué harían. Por ello yo sabía que encontrarías el papel, aunque lo único que he dejado al azar es el tiempo en que habrías de encontrarlo.
     ¿Te confieso algo? Creo que estoy pasando por una nefasta alegría. La vi, llegué hoy de Tehuacán y en la terminal también descendía ella de un autobús de la misma línea. Me miró como no queriendo, para no irritarla decidí caminar a parte. Supongo que hizo igual. Al subir por las escaleras me la volví a encontrar y entonces me disculpé, no por el pasado sino por volver a encontrarla en ese momento. Me dijo que no la evitara, que al final de cuentas el pasado es irremediable y que para ella todo estaba olvidado; ya sabes cómo soy, le dije: perdón, no le entiendo señorita, de dónde es que nos conocemos. Y entonces ella dijo lo que no esperaba escuchar, con un rostro de sorpresa, que poco a poco también cambió a agrilegría: “de dónde, me conoces del amor marchito, del amor que tuve que negar por ti y por mí, del amor que frustrado fue en dos intentos de ser una familia de tres, me conoces como yo a ti del dolor que queda en el cuerpo cuando alguien a quien amas se aleja, me conoces de las mil veces que intentaste comunicarte conmigo, de la soledad de todos estos años, de la búsqueda por una explicación que te dijera por qué no te hablo… esa soy yo, Sarai. La que te quiere y ya no te quiere, la que te quiso y aun a veces te quiere…” La hubieras visto, lloraba; pero yo que siempre he sido un pendejo no sabía si el llanto era de otrora o… yo también lloré. La abracé y entonces dijo: “¿recuerdas la prueba estúpida que te pondría para saber si me amabas? Pues no sabría decirte si la pasaste. Yo arrobada de una furia insensata te pedí que más nunca me molestaras y tú cobarde aceptando siempre todo lo que yo decía. ¿Será acaso que verdaderamente es eso una prueba del amor más fiel?”
      Amigo, qué haces en esos momentos. Y entonces recordé que alguna vez dije: si la vuelvo a ver será como un nuevo despertar. Así que realmente quiero volver a despertar en ella, por eso saldré a encontrarme de frente con el hilo de la vida, creo que buscaré un accidente no fatal pero sí riesgoso. No me juzgues, amigo. Si todo va como lo he pensado mi llave está a punto de abrir la puerta tras ese accidente.
      Esta es una nueva llave, la anterior la deseché porque el contexto en que surgió era distinto a lo que estos nuevos eventos han desatado. Si el mundo funciona como hasta ahorita, mi llave comienza a las siete con veintisiete minutos, tomando en cuenta que el lugar del accidente que busqué está a 20 minutos de san Manuel y la ambulancia tarda entre cinco y diez minutos. El doctor que seguro me atenderá es Alfredo Graves, traumatólogo especialista, pues está en el turno de la mañana. Él dará la noticia de que he caído en coma. Mis hermanas parecerán valientes y aguantarán las lágrimas unos instantes antes de que tú muevas la cabeza como diciendo no. ¿Complicada comienza la llave, verdad? No acaba ahí, la llave no solo contempla acciones de las personas, también pensamientos. Tú pensarás acertadamente que lo hice a propósito; felicidades, te confieso que en esta parte tuve miedo de que pensaras otra cosa (sé que lo pensaste). Subirás y verás a mi hermana, la mayor, acariciándome la mano, te dirá si quieres estar a solas conmigo, luego me hablarás sobre este tema y me jurarás buscar la llave. Revisarás mi casa, mis libros y olvidarás la computadora.
     Después mis familiares y conocidos entrarán a visitarme. Mi padre platicará conmigo sobre Carlo Magno y sobre ese tema que tanto le apasiona: la Segunda Guerra Mundial. Se me olvidaba. En mi cajón dejaré una foto de Sarai, la tendrás que poner a mi lado e intentarás buscarla. Sabiendo que mi familia me ha oído decir muchas veces que me gustaría morir el día de mi cumpleaños, decidirán desconectarme si no reacciono para ese día. Por lo que te pido encuentres este papel lo más pronto posible, en mi trabajo estará la pista; mi contraseña de la lap te la sabes, te la digo constantemente. El final de la llave es una lista de reproducción, a propósito dice que es “para cuando me muera”, porque en tu cabeza pensarás que debes reproducirla al revés así yo, desde la inconsciencia, sabré que no me estoy muriendo. Ves todo está pensado. Hasta aquí, si todo ha sucedido así como lo he dicho, la llave está completa, pero faltará girarla. Sarai sabe cómo, encuéntrala, pero pronto, porque algo me dice que estamos en el límite. 

Gracias, Ernesto.

      Creo que está de más decir por qué a veces me sorprendía tanto. Las horas se me venían encima; dónde demonios la encontraría. Yo no sabía ni su dirección, de hecho creo que la conocíamos sólo por las fotos y por lo bien que hablaba de ella. Revisé su celular, nada. Eran las cinco de la tarde, me senté a las afueras del hospital. Sabrá Dios qué azares de la vida hicieron que mi teléfono sonara, era ella, quería saber cómo seguía. Absurdo preguntar cómo sabía el número. Llamó, eso era lo importante. Casi de la emoción no podía hablar pero le dije que viniera rápido al hospital porque estaban por desconectarlo. Esa media hora fue terrible para mis nervios.
      El reloj nos regaló cinco minutos, la familia apenas tres. Entró, se puso a lado de él y lo miró sin saber qué decir realmente. Yo tampoco sabía si tenía que decir algo en especial o tomarle la mano, o quizá darle un beso, no sé. Se acercó a su oído y la oí como si cantara, luego lo besó y él apretó su mano. Dije sí, por fin, lo regresamos a este mundo. Mi cara de alegría tenía una sonrisa enorme y ella también tenía una inusitada satisfacción en su rostro. A las seis de la tarde de ese veintitrés de diciembre de dos mil cuarenta y cinco, mi gran amigo y compañero DunkelBlau, tras oír la voz de Sarai y apretar su mano, desistió de estar en esa zona límbica que es el estado de coma. La llave había girado y él había muerto.
      Algunos años más tarde, en el azar de la vida me topé de nuevo con Sarai y le pregunté qué le dijo: “Abre os teus armarios que estou a te esperar para ver deitar o sol sobre os teus braços castos… una canción que me cantaba cuando nos enamoramos, de Roberta Sá”. Y sobrevino en ese instante una revelación. El giro de la llave fue ese evento en la historia de DunkelBlau. La historia, su historia de vida fue generando todos los picos de su llave, pero Sarai era, por decirlo de algún modo, el ama de llaves, era la única que podía conocerlo como nadie, saber cómo funcionaba su mundo interno, lo conoció en las pasiones, en los dolores, en todo; quién mejor que ella para sacarlo del coma, para liberarlo de los sufrimientos. Y sí, lo sacó del coma, giró la llave de regreso para que se uniera de nuevo al mundo de la muerte, al eterno Dios del que a veces hablaba, a ese mundo natural que comenzaba yo a entender. Sentí una felicidad que me aliviaba ese pesar de perder a un amigo: “Este mundo es un paseo más, tarde o temprano tendremos que volver a nuestra infinita casa y habitar las sombras, habitar la eterna muerte”. Ahora sé que mi llave está ahí, en conocer y aceptar el mundo, sus altibajos. Ahora entiendo por qué el profeta muere, su llave está en esa magnífica revelación que tiene del mundo. Quizá yo esté cercano a morir; no importa, encontré mi llave en esta revelación. DunkelBlau lo había logrado, regresó de algún modo, desde su muerte, al recuerdo infinito de Sarai, a vivir muerto en sus despertares. Ahora entiendo, o parece que entiendo, el ser humano siempre busca en las religiones su llave de regreso.


(Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), "La Femme: La llave de regreso" (Colección inédita de Cuentos)

1 comentario:

  1. A veces y sólo a veces no encuentro las palabras correctas de admiración para todo lo que en tu mente habita! Otras tantas sé que el deducible de nuestro tiempo juntos, es una parte proporcional de la gratificación de tenerte como amigo. Pura vibración, pura vida.

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