Se sabe, gracias a algunos sueños intranquilos,
que existe un lugar en donde todo puede ser; lo que en la realidad se ha
anhelado y ha quedado frustrado, tiene materialidad onírica en ese espacio
insospechado: los deseos, los impulsos, los sueños, ideas, fobias reprimidas,
pensamientos insanos, odios, amores… absolutamente todo lo que en nuestro mundo
no ha obtenido su concretud. Ahí surgen las pesadillas y los despertares
tranquilos; los juramentos de amor y las palabras imposibles que no decimos
cuando sabemos que todo terminó; ahí se crean los placeres de una pareja cuando
se miran antes de dormir y no dicen nada. Borges ha compilado una serie de entes
en un libro que escribe junto con Margarita Guerrero y donde figuran varios de
los seres imaginarios que habitan ese lugar. Hay conceptos, ideas e
irreverencias orbitando el infinito espacio de las sombras.
Ahí
el silencio atraviesa el cuerpo y lo deja en estado de angustia, de
incertidumbre. Si por azar se es de los que tienen ojos, éstos de poco
servirán. Unos pequeños destellos de luz, como estrellas que muy en la
distancia gelatinosa hay, apenas un instante se muestran cuando ya han
desaparecido; se dice que son ideas; hay ocasiones que el lugar parece una
noche estrellada. Si se es de los que tienen un hueco por ojos se está en una
posición ventajosa. La conciencia despierta a través de los sonidos, ecos y
demás ondas que invaden el cuerpo. Pese a que el ambiente crea extrañeza, de a
poco uno irá acostumbrándose a la espesura del aire, a la pesadez del
sentimiento que algunas veces llora, a la aflicción del amor o a la sonrisa
lastimera del desengaño. Si algún aventurado osa poner un pie en ese lugar, sus
pasos producirán un eco mórbido que temblará los huesos y la piel dejará
chinita. Las ondas podrán verse en el camino mientras se alejan, sin que en
ellas se perciba algún tipo de voluntad que las haga regresar. Se recomienda
anular todo tipo de miedo, puesto que se podrían imaginar seres perversos que,
obviamente, aparecerían ahí; sería mejor pensar en Mentor o incluso alguna
figura que haya sido (o sea) arquetipo de bondad. Evite gritar, su angustia por
no encontrar a nadie crecería al percibir los mil colores en que su voz se
transforma al articular cualquier tipo de auxilio verbal. Aunque se sienta
triste en aquel lugar, evite llorar, las lágrimas son mal vistas por los que no
residen su “yo”; Alterimonios acechan el llanto para reír en su oído, literal,
en su oído. Analice el ejemplo:
“…las veo irse hasta perderse en la conjunción del infinito y mi pupila…
¡hay alguien aquí! Mis palabras rebotan sin respuesta y se amalgaman en colores
impensados. Todo flota. Un carrito de mi infancia aparece, recuerdo su
presencia en una lista de regalos que nunca llegó ¡qué mundo tan perverso que
nos hace soñar! ¿es ese el progreso? La oscuridad lo devora así como la memoria
terminará consumiéndose en sus propios recuerdos. Aparece una larga fila de
objetos sin tópico aparente de clasificación; bien podría ser formal o
informal; o bien por color, tamaño, propiedad, funcionalidad o grado de deseo
frustrado, creo que tengo miedo. Una nube obscura se acerca…”
No
hace falta leer más de esta aburrida anécdota. Es evidente la nostalgia
victimaria que domina en las sombras. Qué no habrá en ellas; una niña que
caminando llora como lamentando la muerte de su padre y en sus gritos la
inspiración del poeta para escribir La
Micaela, canción del Istmo que musicalizara Andrés Henestrosa y que llamara
La Martiniana en honor a su madre.
Imaginemos el dolor sufrido de la niña que es capaz de grabarse en la mente del
poeta como palabras extenuadas. En otro apunte del anecdotario se puede
observar un nombre cuya naturaleza aún es incierta: Jahitzin. Los etimólogos no
aciertan en su origen porque la primera parte del nombre parece algún tipo de
variante del hebreo, y la segunda una variedad del nahuatl clásico. Quién, en
su más lúcida imaginación, habría concebido nombre tan imposible, en qué
momento y por qué. No importa ahora, el nombre pertenece al mundo de las ideas;
jamás fue en este mundo y jamás habrá persona que pueda llevarlo de pila.
Ahí un papelito que versa: “abuelita Aurorita, no se te olvide, 2 28 90
87…” que seguramente se olvidó. Cartas de amor que nunca fueron entregadas,
ora una que dice: “não vai acabar nos
olhos esse amor, você duvidou quando chorei, chegou batucando quase me mata
sambando com o coração cansado de sofrer, jurar jurei, jurei que jamais ia por nada chorar, foi promessa de samba melancolia, jurei te
amar na saúde, na doença e na dor, é bom cumprir as juras de amor...”[1], ora otra que afirma: “les
parois de ma vie sont lisses, je m’y accroche mais je glisse, lentement vers ma
destinée, mourir d’aimer…”[2]. No cabe duda, ahí, en el lugar de las
sombras, existen todos los secretos, desde el mapa verbal del tesoro de
Moctezuma y la ubicación del origen de la vida, hasta el primer libro sagrado,
el primer Dios, los Dioses posteriores y el Dios actual. Todo confundido a la
espera de una puerta que los haga salir, a la espera de una mente que los
materialice. Dicen que mientras la esperanza viva el lugar seguirá creciendo.
Sus confines son inalcanzables, si se conoce algo de él apenas será una ínfima
parte, que lógicamente hará surgir la duda: qué es esto. Paradójicamente la
respuesta estará ahí mismo.
[2] La segunda canción
pertenece al cantante francés Charles Aznavour; los motivos por los cuales la
incluye aún son inciertos.
Aguilar Sánchez, Paul (Pool DunkelBlau), Mutantografías: Qué es esto (inédito)
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